10 abril 2002
Homonimia
 

¿No habéis experimentado nunca en vuestro interior ese fenómeno lacaniano por el cuál, cuando el nombre de una persona que ha sido sentimentalmente muy importante en vuestra vida se reproduce en otra, ésta queda ungida, al menos mientras no adquiere rasgos individuales propios, con una distinción especial, con una venerabilidad totémica, con un fascinante atractivo escatológico que le confiere la varita mágica de la solidaridad homonímica? Bien, pues el jueves pasado el Destino me comunicó galante que se había permitido la excentricidad de que uno de los concursantes de la tercera edición de Gran Hermano se llamara Kiko.

No disfrutando de igualdad de prerrogativas ni las parejas de hecho ni los nombres artísticos con respecto a los contubernios bendecidos por la Madre Iglesia y los apelativos patrocinados por alguno de los prohombres de su santoral, me encuentro legalmente desamparado y sin oportunidad de acudir al Registro civil para manifestar mi absoluto rechazo a que se me vincule con homo tan nimio por mera coincidencia verbal.

Como quiera que mi tocayo, además de madrileño, tiene pinta de pijo guapete e insustancial, sé que las posibilidades de que las adolescentes españolas no se pirrien de él y le manden para casa a las primeras de cambio son más bien escasas. Por ello, asumo que no me queda más remedio que encarar con mi proverbial resignación castellana, convenientemente nutrida estos días a base de galletas Fontaneda, el triste futuro que se cierne sobre mis fines de semana, en los que ya puedo ir contando con que cualquier ninfa prístina a quien me presente con la sana intención de que me enseñe cosas que no conozco, nada más enterarse de mi nombre saltará alborozada de alegría, cuchicheará nerviosamente con sus amigas sobrecogidas y volverá seguidamente a mi lado para homenajearme con un éxtasis de admiración rendida como jamás me hayan profesado ojos femeninos: “¡Hala, como mola! ¡Como el de Gran Hermano!”.

Temo que mi identidad esté condenada a ser absorbida por las estrellas del teleshow. Después de prestar mis labios para que reciban de la joven fan los besos destinados al madrileño, de poner mis oídos al servicio de todas las fruslerías que quiso decirle en el e-mail que no le llegó nunca, ya me veo intentando quitármela de encima con amenazas al móvil y tener que trasmutarme para ello en Pepe Navarro.

 

 

Referencias y contextualización

El psicoanalista francés Jacques Lacan, que incorpora a la teoría freudiana la consideración del lenguaje, tan arraigada en el siglo XX, decía, entre otras muchas cosas, que nuestros afectos no se dirigen a las cosas en sí sino a los nombres.

En la tercera edición del exitoso y frívolo reality show televisivo Gran Hermano, en la que participó un madrileño llamado Kiko (que al final acabó tercero), la decisión de qué concursantes debían abandonar la casa cada semana correspondía únicamente al público. El presentador del programa, Pepe Navarro, fue acusado en estos días por una mujer de enviarle mensajes amenazantes al teléfono móvil, supuestamente para hacer que aquélla no le llamara más.

La histórica fábrica de galletas Fontaneda de Aguilar de Campoo acababa de ser cerrada por la empresa matriz en base a supuestos criterios de rentabilidad comercial. Tras ciertos amagos por parte de la Junta de Castilla y León anunciando que no permitiría el cierre, al final se impuso la lógica económica y la fábrica cerró. Su compra por la compañía Siro evitó el despido masivo de trabajadores. La incertidumbre todavía continuaba el 1 de mayo, como se ve en el artículo "Imprevisible".

 

 

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