3 abril 2002 |
La rebelión de las masas |
Convenientemente instaladas en la conciencia colectiva la noción de democracia, la pérdida del respeto incondicional a las autoridades y la cultura de la movilización que en nuestro tiempo es heredera directa del 68, hace ya tiempo que dejamos de creer en la inviolabilidad de las jerarquías y las verdades impuestas. Gracias a ese relativismo, esta semana hemos podido asistir a la condena de un agente de policía que se propasó con la pistola y ahora promete tirar de la manta y poner en escena un verdadero Pucela Confidential; a un nuevo cuestionamiento de esa política municipal de obras públicas y restricciones circulatorias que hace suponer que los vallisoletanos se hicieron para Valladolid en vez de Valladolid para los vallisoletanos; e incluso a la milagrosa conversión de los rectores y ecónomos del Avispado, que de repente se han propuesto invertir en ermitas después de caerse del caballo camino de Alaejos. Merced a ese código subversivo que hemos adoptado como convención, tienen éxito como fenómenos de comunicación los muñegotes o esa genialidad sin tregua que son Los Simpson. Pero a la vez, junto a ellos, la televisión nos bombardea con spots publicitarios cada vez más manidos y horteras en los que imberbes que van de rebeldes se burlan de la autoridad paterna o se incita a una insumisión sin contenido ni ingenio. La rebelión de las masas es un subproducto de la democracia y el relativismo. Todos los votos valen lo mismo, y en consecuencia también todos los gustos, todas las opiniones, todas las ideas y todas las creencias. Es entonces cuando dos padres pueden agredir a dos profesores en León o cuando todo Valladolid se pone en contra del alcalde por actuar de acuerdo con los informes científicos en el asunto de las antenas; cuando los árbitros de fútbol han de aguantar al respetable, cuando el cliente siempre tiene razón. Se puede poner en duda la autoridad de la razón, o incluso renunciar a ella. Señalar los intereses que se esconden detrás o su incapacidad para alcanzar otras verdades que aquéllas hacia las que la orienta el paradigma o la episteme convencionales de una época. Pero, una vez que todos admitimos ese esquema mental, es lícito poner de manifiesto las incoherencias de sus practicantes. Vamos, que lo que no se puede es pretender que uno se gobierna por un criterio lógico y en Semana Santa salir de procesión.
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Referencias y contextualización Un policía municipal de Valladolid fue denunciado por una inmigrante colombiana por haberla obligado a hacerle una felación a cambio de no pedirla los papeles. Cuando el escándalo se hizo público, el agente amenazó con revelar otros trapos sucios del Cuerpo. L. A. Confidential (1997) es una película de Curtis Hanson que abunda en el tema de la corrupción policial. El Ayuntamiento de Valladolid parecía negarse por estos tiempos a construir aparcamientos en el centro de la ciudad con el fin de desmotivar la circulación y conservar impoluta la zona histórica. El Obispado de Valladolid, tras el escándalo de la herencia de Teresa Villanueva (ver "Aguinaldos" y "Canción del ecónomo"), cambió de estrategia y anunció que la invertiría en arreglar las ermitas de Alaejos, de acuerdo con la última voluntad de la difunta. Los "muñegotes" era la forma como se conocía popularmente entonces a los muñecos de Las noticias del guiñol, de Canal+. En el controvertido asunto de las antenas de telefonía móvil ubicadas encima del colegio público García Quintana, en el que habían aparecido cinco casos de cáncer entre los niños (ver "Centenario" y "La canción de Carla"), el alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, siempre argumentó para justificar su decisión de no retirarlas que los sucesivos comités de científicos no habían encontrado una relación causa-efecto entre la presencia de las antenas y las enfermedades. |
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