5 enero 2005 |
La otra mejilla |
Cuando nuestro Gobierno arbitrista y laico, muy preocupado por los delitos de lesa infancia, se declaró decidido a proteger a los peques del perjuicio que ciertas experiencias televisivas pudieran provocar a su desarrollo intelectual, pensé que el primer espacio que se caería de la programación sería la cabalgata de los Reyes Magos. Pues no: esta tarde estará de nuevo en antena. Tampoco el innovador Ruiz-Gallardón ha llegado al atrevimiento de intercalar, entre sus palabras luminosas de Navidad, la edificante frase “Los Reyes Magos son los padres”. No obstante, quizá precisamente este año no haga falta combatir esa funesta enseñanza de que alguien lejano se preocupa por uno a cambio de nada; el regalo navideño que ha recibido el Oriente del que son oriundos los monarcas benefactores será suficiente para que los niños que aún no han llegado a la edad en la que ahora se hacen definitivamente tontos (ésa es posterior a la que el Gobierno ha escogido como objeto de su cruzada) se formulen las preguntas sencillas y capitales a las que los creyentes sólo han sabido responder con la pirueta de los designios inescrutables. Si hubiera sucedido algo medianamente bueno en Navidades, habríamos oído alabanzas a la manifestación del Señor en fechas tan señaladas, y en tal caso su intención habría sido perfectamente interpretable (qué decir ya si se hubiera anunciado algún milagro en forma de aparición, lágrimas de sangre o exhibiciones de ésas que deberían ser por sí solas motivo de repudio a los ídolos por desperdiciar su poder en pijadas). Como ha sido un genocidio que ni con malicia monástica o ecologista se podría achacar a la crueldad del hombre moderno, y ya que las teorías no se pueden demostrar (su corroboración encierra siempre una circularidad) pero sí desmentir desde su propia lógica, los 150.000 muertos inútiles deberían ser una refutación directa de Dios. En realidad, la inexistencia de Dios, tal como se le entendía en su momento, se ha probado muchas veces: cuando los astrónomos descubrieron que el Sol no giraba alrededor de la Tierra, cuando los filólogos negaron que el hebreo fuera la lengua primigenia de la Humanidad, cuando los biólogos situaron a la especie humana en un eslabón evolutivo. Tanto se le ha llegado a estrechar el cerco que, actualmente, el cristianismo se limita a atestiguar su existencia, su misericordia y su actuación en la tierra, conceptos tan lábiles que resultan virtualmente imposibles de verificar o descartar. Pero aun así, después de catástrofes como ésta, postrarse en oración y seguir pidiendo deseos se antoja una vocación demasiado incondicional de ponerle a Dios la otra mejilla.
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Referencias y contextualización El Gobierno del PSOE impulsó, a finales de 2004, un acuerdo con las televisiones públicas y privadas para eliminar la telebasura de las horas en las que los niños pasan más tiempo delante del televisor. El Ayuntamiento de Madrid, presidido por Alberto Ruiz-Gallardón (PP), había sustituido las tradicionales bombillas de decoración navideña en el Paseo de la Castellana y el Paseo del Prado por una serie de palabras yuxtapuestas escogidas por los ciudadanos para representar aquellas realidades que la Navidad representaba para ellos. No tenían, por tanto, un sentido que las englobara a todas y su cariz era eminentememente laico. Coincidiendo con la Navidad de 2004, un terremoto de escala 9,0 grados Richter registrado en la costa occidental de Sumatra, unido a los subsiguientes maremotos que habían barrido el litoral de Indonesia y de otros países del sudeste asiático, había producido 150.000 muertos (al final la cifra casi llegó a duplicarse) e innumerables daños materiales. La idea de que las teorías filosóficas no se pueden demostrar pero sí refutar es del filósofo neopositivista austríaco Karl Popper, que en La lógica de la investigación científica (1934) estableció esa susceptibilidad de ser refutado como el presupuesto básico de todo enunciado científico. Otro artículo escéptico sobre la existencia de Dios es "Perdonad". |
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