18 noviembre 2009 |
La teología y la liberación |
La vida y la muerte de los seis jesuitas españoles asesinados en 1989 en El Salvador componen uno de esos retratos ante los que se hace impertinente y virtualmente imposible cualquier ademán de ejercicio crítico. En su día, viví el shock que provocó el crimen en el colegio San José de Valladolid como el sacrificio de unos sacerdotes por defender a los pobres, un martirio heroico y nada ideologizado desde mi cosmovisión infantil. 20 años y algunas lecturas después, me da la impresión de que, en esencia, fue exactamente eso mismo. ¿Cabe otra cosa que descubrirse ante hombres como Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín Baró y sus compañeros, que, huyendo de toda comodidad, consideran que su misión evangélica es más necesaria al otro lado del Atlántico y, una vez allí, se niegan a ofrecer consuelos demorados, denuncian que la injusticia social es un pecado y se proponen llevar a la práctica la defensa que hizo Jesús de Nazaret de los necesitados? Cuando uno puede elegir entre la trinchera y la poltrona y escoge la primera, cualquier acusación sobre si se metieron en política, ampararon la lucha de clases o cuestionaron el amor incondicional al prójimo, como pontificaron las jerarquías vaticanas contra la teología de la liberación, se antoja una trivial menudencia o una cínica añagaza para seguir dándose el banquete pascual crucificando eternamente a los pobres. No obstante, y puestos a poner una pega que en realidad no es tal, hay que reconocer que Jesús, más allá de declaraciones retóricas de que bienaventurados los pobres y quien dé de comer al hambriento me estará dando de comer a mí mismo, jamás se comprometió en campañas políticas y mucho menos en reformas sociales. Se trata de una omisión bastante lógica en su mensaje, teniendo en cuenta que estaba convencido de que el fin del mundo y la llegada del reino de Dios eran algo inminente. Lo realmente grave es que, 2.000 años después, la Iglesia siga impartiendo en su nombre una doctrina tan alejada del ser humano que parece como si la liberación de la injusticia fuera a traerla un deus ex machina.
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Referencias y contextualización El 17 de noviembre se cumplieron 20 años del asesinato de seis jesuitas españoles, tres de ellos de Castilla y León, comprometidos con la teología de la liberación. Un especial con motivo del aniversario del crimen se puede leer aquí. Un deus ex machina era la intervención de la divinidad para solucionar una situación en el teatro clásico, y se llamaba así por la tramoya que tenía que introducir al dios en el escenario. Aristóteles desaconsejaba este tipo de giros en la trama por su falta de verosimilitud. |
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