1 noviembre 2006
Lo de Babel fue un castigo
 

La proliferación de colegios bilingües español-inglés, cuya oferta la Junta muy juiciosamente duplicará para el curso que viene, es, en el fondo, la constatación de una derrota. La puerta abierta al caballo de Troya, el puerto franco de la armada (ésta sí, invencible) con la que la Pérfida Albión y sus colonias transatlánticas penetrarán un día en la patria de Felipe II para consumar su imperio universal.

La gente lamenta que un idioma supuestamente tan tosco y de tan escasa riqueza morfológica como el inglés se adueñe de las nuevas tecnologías, lo que en pocas décadas condenará a los demás a desaparecer de todos los foros relevantes a nivel internacional. Sin embargo, ya va siendo hora de extirpar de la conciencia colectiva la idea de que las lenguas son un bien cultural que hay que preservar a toda costa. Cada lengua es un vehículo en el que se producen bienes culturales; obras de arte, de pensamiento o de simple divulgación. Considerarla un tesoro en sí mismo es tener un concepto tradicionalista y patrimonial de la cultura, interpretar ésta no como un devenir incesante de ideas nuevas que van modelando nuestra manera de pensar y sentir el mundo, sino como un mero inventario estático y museístico de peculiaridades folklóricas.

Las lenguas serían valores irremplazables si, aprovechando que tienen la facultad de configurar nuestros pensamientos, cada una nos condujera hacia un horizonte estético y epistemológico diferente. Pero la procedencia común de las que hablan los países culturalmente hegemónicos y, en estos tiempos, la propia globalización, les impide de hecho cualquier posibilidad de llegar a alumbrar culturas cualitativamente distintas.

En estas circunstancias, y aunque suene a sacrilegio, no sería un drama que el castellano y otros muchos idiomas (incluidos el catalán y el euskera) desaparecieran como lenguas vivas, cediendo ante el monopolio del inglés. Los españoles nos manejaríamos con toda naturalidad en la lengua de Shakespeare sin importarnos que nuestros antepasados hubieran empleado la de Cervantes; elaboraríamos en ella nuestros productos culturales genuinos y, además, nos sería mucho más fácil movernos por el mundo y disfrutar del idioma que, por mor del orden político y económico vigente, más obras interesantes produce o traduce en la actualidad.

Dejémonos de tópicos. Las lenguas son una catástrofe para la adquisición e intercambio de conocimientos y cultura, además de una incomodidad para la comunicación meramente funcional. Por mucho que se bendiga la riqueza cultural que aporta dominar varias lenguas, lo cierto es que aprender una no proporciona más riqueza que la que le ha sustraído la propia existencia de esa lengua. En el mejor de los casos, se logra a duras penas un empate, remontando el déficit de no poder leer las obras que se hayan escrito en ella, y aun así su conocimiento sólo supone acceder al umbral de unos conocimientos y placeres que nos resultarían más asequibles si estuvieran en nuestro idioma. No olvidemos que, muchos siglos antes de que se pusieran sucesivamente de moda el Romanticismo y el multiculturalismo, los autores del relato bíblico concibieron la diversidad de lenguas como un castigo divino por la insolencia que supuso levantar la torre de Babel.

 

 

Referencias y contextualización

La Junta de Castilla y León anunció el lunes 30 de octubre que, para el curso 2006-2007, duplicaría la oferta de colegios bilingües en la comunidad, hasta alcanzar los 150. Otro artículo crítico con la idea de que las lenguas son un fin en sí mismo que hay que conservar a toda costa es "El congreso de papiroflexia".

 

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