14 junio 2000 |
Los documentos |
No tenemos nada que temer. El estudio de los documentos está en manos de una comisión de testigos profesionales. Es cierto que, durante varios meses, nos veremos obligados a arrostrar llamaradas victimistas de nacionalismo catalán, de ésas que se han de poner en órbita con calculada periodicidad para avivar el fuego de todo sentimiento que requiera la elaboración de un síndrome de abstinencia. En respuesta, nosotros suspenderemos el juicio para no preguntarnos si se sostiene la apelación a la unidad irrenunciable de un archivo histórico, por exigencias del contenido, cuando precisamente es el contenido de un documento lo que se puede reproducir o microfilmar sin el menor menoscabo. Asistiremos a un nuevo petardeo de declaraciones cruzadas, una nueva exhibición de solidaridades de partido estatal y marcaje impenitente al enemigo, de encaje de bolillos para mantener el democrático lema de “un partido, una voz” y buscar la identidad propia en un distanciamiento sobreinterpretado respecto al rival. Será otra ducha del aceite que engrasa la maquinaria del sistema, otra escenificación cara a la prensa de la razón de ser de este bipartidismo soporífero. Pero, a pesar de todo, no tenemos nada que temer. Una cosa es la política y otra la ciencia. Estamos hablando de documentos históricos. Los espejos de la verdad del pasado; los vestigios que, escrutados con una metodología conveniente y objetiva, nos informan de la naturaleza genuina de nuestras raíces. Cataluña, Castilla. El pasado se estudia para comprender y guiar nuestro presente. Nada más fácil que preguntar a los propios documentos para que dictaminen a quién pertenecen. Es extraño que un historiador insigne como Paul Preston hable de injusticia y torpeza política donde sólo debería haber consecuencia o inconsecuencia. Y que otro, como Javier Tusell, recele de que la nueva comisión la conformen sus colegas salmantinos del Patronato del Archivo. La Verdad es una, grande y libre. Y los documentos susurran siempre la misma respuesta a los historiadores, independientemente de que unos se acerquen a ellos preguntándoles “¿Por qué deberíais estar en Cataluña?”, y otros “¿Por qué es conveniente que os quedéis en Salamanca?”. Sólo es necesario repetir el mismo análisis crítico y riguroso que llevan practicando toda su vida. Busquemos la verdad. Preguntemos a los documentos. A ver qué responden.
|
Referencias y contextualización El Archivo de la Generalitat de Catalunya fue requisado por las tropas franquistas en 1939. Sesenta años después, sus fondos pasaron a engrosar el Archivo General de la Guerra Civil, que fue ubicado en Salamanca, y casi inmediatamente comenzaron los pleitos por el derecho a quedarse con estos documentos. En Cataluña se consideran un "botín de guerra" que debe restituirse a sus legítimos dueños y en Salamanca se suele opinar que, por el bien de la investigación historiográfica, los fondos del Archivo no deben disgregarse. Los grandes partidos estatales, especialmente el PSOE, solían defender la primera postura en Cataluña y la segunda en Madrid o Castilla y León. La Historia, en su pretensión de ser considerada una "ciencia humana", se basa en que, a través de la exégesis rigurosa y profesional de los historiadores, los documentos pueden llegar a revelar la verdad objetiva de los hechos. Sobre esta ingenuidad intenta ironizar este artículo, a partir del ejemplo del Archivo de la Guerra Civil. La idea de que el pasado se estudia para comprender el presente y para que no caigamos en los viejos errores es otro de los lugares comunes con los que se justifica el estudio historiográfico. Otra ironía sobre la Historia, en esta ocasión sobre la utilidad práctica que se le da, puede verse en "Turismo histórico, turismo gastronómico". "Una, grande y libre" es lo que debía ser España según el famoso lema franquista. |
|