28 marzo 2007
Los errores y la inmortalidad
 

Me pregunto qué estrategias mentales se han de poner en práctica para amortiguar el disgusto de haber perdido un Gordo de lotería por extravío del décimo premiado, como les ha sucedido a dos hermanos de Villardefrades. En principio, supongo que volcarán sus energías en la reclamación, para demostrar que adquirieron ese boleto, y el proceso se convertirá en un estímulo en sí mismo, con la dedicación industriosa a la tarea y el horizonte de satisfacción siempre presente como puntales de la adicción. Pero, si todo resulta en vano, me temo que de poco les valdrán los consuelos al uso, los que alegan que al fin y al cabo uno está igual que antes del sorteo, que la salud y la familia son lo primero y que el dinero no compra la felicidad.

¿Cómo se puede olvidar que, por un despiste, se ha dejado escapar un regalo equivalente a los ingresos de entre 10 y 15 años de trabajo, que se habría bastado por sí solo para hacerle a uno sentirse a gusto con el mundo y dar por bueno el paso de los días durante buena parte de su existencia? Pues, igual que cuando un error decisivo nos hurta el trabajo o el amor de nuestra vida, o nos provoca un accidente que la hipoteca para siempre, sólo hay dos posibilidades: o que un nuevo estímulo llegue providencialmente a reemplazar al perdido, o que la ciencia descubra el secreto de la inmortalidad (en el sentido de detención del envejecimiento, no de inmunidad a los accidentes, aunque seguramente la resucitación también llegará algun día) antes de que nos toque pasar por caja.

Más allá de la obviedad intrascendente de que los 200.000 euros del Gordo del Niño serían una mera propinilla en una existencia sin fin, a lo que voy es a que el día en que el hombre sea inmortal desaparecerá el propio concepto de error, porque tendremos toda la eternidad para enmendar, sustituir y olvidar los que cometimos. Los errores que nos marcan son tales porque dejan secuelas y no tenemos tiempo suficiente para reconducir nuestra vida hasta hacerlas irrelevantes. La providencia no siempre es diligente a la hora de reponer el estímulo, y nosotros, en un plazo que no llega al siglo, estamos obligados a ordenar y dar sentido, cada cual a su modo, a un enorme fardo que nos cargaron sin pedir permiso; si no lo conseguimos, sentimos que hemos fracasado en la que inexorablemente será nuestra única oportunidad.

Por eso, cuando la ciencia haga al hombre inmortal, la injusticia levantará sin duda su frontera más flagrante (mucho mayor que la que separa a ricos y pobres y que la que nos distingue de nuestros antepasados, que morían a los 40 años), pero al menos hará justicia a las generaciones futuras concediéndoles una prórroga proporcionada a esa tarea ingente de dar sentido a su vida, que ellas, como nosotros, tampoco habrán pedido tener que desempeñar.

 

 

Referencias y contextualización

Luis Antonio y Javier Vallecillo, hermanos y vecinos del municipio de Villardefrades (Valladolid), adquirieron sendos décimos del Sorteo del Niño que resultaron premiados, pero ellos no consiguieron encontrarlos cuando se disponían a ir a cobrarlos. Esta semana se conoció que uno de los dos décimos ya había sido cobrado en un banco de la localidad, pero los dos hermanos se proponían demostrar con diversos testimonios que realmente habían comprado los décimos, con el objeto de justificar su reclamación al Patronato de Loterías y Apuestas del Estado.

De la lotería desde el punto de vista del vendedor habla "La autosugestión del lotero".

 

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