3 marzo 2010 |
Me junto, no me junto |
El periódico del lunes me recordó que tenía una cuenta pendiente en mi cuenta de Facebook. En efecto, ahí estaba, esperando que la confirmara o ignorara, la amable invitación que me cursó un amigo a que entrara en el ya célebre grupo “¿A que no nos juntamos 5.000 de Valladolid?”. Compartía pantalla con otras 18, entre las que acaso quepa destacar la que me sugiere reclamar que el Magnum de pistacho llegue pronto a España y la que me insta a corroborar que “molaba mucho el calvo de Benny Hill”. También me han propuesto ser fan de ocho webs, me han regalado no sé qué para una granja que debo de tener en alguna parte, me han invitado a buscar tesoros y me han querido secuestrar en serie. Más aún; he de responder a dos solicitudes de besos, una de mejor amigo y cuatro de sonrisas, y me faltan por rellenar cinco tests con los que se supone que averiguaré si soy fiel, cómo son mis besos, en qué país está mi doble, con qué dibujo animado me identifico y cuál es mi nivel de psicopatía. Todas estas tentadoras sugerencias se van amontonando imparablemente en mi cuenta, aprovechando que las redes sociales de internet no requieren de sedes ni trasteros y que yo me paralizo ante la disyuntiva de acogerlas o rechazarlas como el asno de Buridan. Me junto, no me junto... Si acepto, sé de sobra que será para no volver, porque, aunque el espacio de Facebook sea ilimitado, mi tiempo desde luego no. Pero claro, a la invitación de un amigo no se le puede cerrar la puerta; si acaso, se le minimiza la ventana. Líbreme Dios de desdeñar a priori el enriquecimiento que tales filiaciones, actividades o saberes puedan aportar a mi existencia. Al contrario, sigo con interés y hasta con un punto de simpatía los cambios que internet provoca en los patrones psicológicos y sociológicos, y ni se me ocurre marginarlos de una supuesta “vida real” que, en realidad, también es producto de un sinfín de usos y convenciones culturales. Pero sucede que uno se hace mayor y, de repente, se atrofia su capacidad de asimilar novedades; deja de escuchar los éxitos musicales, se ve incapaz de distinguir un ipod de un mp3 y pierde la cuenta de por qué número va la Playstation. Aunque, dicho sea en mi descargo, reconózcanme que tampoco ayuda mucho a reciclarse ver que algunos utilizan el Facebook para dar sermones contra el aborto, presentarse como el mesías de Cataluña o dárselas de gudaris mientras posan con la camiseta de la selección española.
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Referencias y contextualización El lunes 1, El Mundo de Castilla y León publicó este reportaje sobre un grupo de la red social Facebook que aspiraba a reunir a 5.000 vallisoletanos y sumaba 5.500 en sólo dos semanas. El asno de Buridan es una figura arquetípica de los debates filosóficos sobre la libertad de acción, que, al no poderse decidir entre dos montones idénticos de heno, no se decanta por ninguno y se muere de hambre. En los últimos días, se había sabido de un sacerdote que imitaba los mensajes de Facebook, trasmutado en "Febook", para criticar el aborto; el presidente del F. C. Barcelona, Joan Laporta, había anunciado en Facebook su salto a la política para defender posiciones independentistas, y se había descubierto que dos etarras detenidos tenían una foto en Facebook en la que posaban con la camiseta de la selección española de fútbol.
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