14 abril 2004 |
Pasión y muerte |
“Todo es violento en este pueblo”, dijo un clérigo francés en 1860 impactado por la manera de vivir la Semana Santa que tenemos los vallisoletanos. Pero el dramatismo de las tallas obedece a la estética de una época dos siglos anterior, y sin embargo su carisma ha efectuado un mágico vuelo transdimensional del tiempo al espacio, pasando a definir nuestra personalidad colectiva. Ni siquiera la tenaz evocación que hicieron los románticos europeos de la esencia española pareció afectar al alma de Castilla, y, mientras ellos fantaseaban con otras pasiones y otras muertes, nosotros permanecíamos fieles a la espiritualidad trágica, que, adobada con ese desengaño y esa austeridad reflexiva que le pegan tan bien, es la identidad que Unamuno y sus coetáneos reelaboraron para los castellanos hace cien años. Desgraciadamente, el efectismo barroco ya no asusta a nadie; los umbrales de impresionabilidad de la gente son los de La Pasión de Mel Gibson. La mera visión de las tallas no provoca por sí misma ninguna catarsis: hay que ir a buscarla. Los espectadores van a las procesiones atraídos por los desfiles con uniformes de colores, como el de las Olimpiadas o el del Día de las Fuerzas Armadas, pero, una vez allí, notan la llamada a filas de la gravedad y la reverencia. Como en un funeral ajeno, como en el esfuerzo respetuoso de los minutos de silencio. Quieren volver a sentir ese espíritu trágico. Invocan a la autosugestión para conseguir la empatía, la catarsis según su peculiar versión cristiana, que convirtió el originario sentido aristotélico de purificación como vacunación contra la dañina flaqueza que era la compasión en un virtual regodeo en ella, ahora entendida como virtud sublime y purificadora. El étimo griego pathos dejó de ser ambivalente, perdió su connotación “patológica”, y en el siglo XIV se fundió con la voz latina passio. Para favorecer este proceso mental, las cofradías subrayan el carácter ritual de la procesión, como señala Enrique Gavilán en su fascinante y más amplia interpretación de ésta como una representación teatral. Las imágenes son más accesibles al espectador en cualquier iglesia, pero la procesión es la hora de la función y el público la entiende como tal a partir de una puesta en escena solemne, hierática, sacralizadora, en la que los pasos desempeñan el contrapunto barroco del “teatro dentro del teatro”. Realismo y distanciamiento brechtiano se interpelan y equilibran. Y el espíritu castellano satisface un año más su erótica de la muerte, el sacrificio y la redención.
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Referencias y contextualización Acababa de estrenarse en España la película La Pasión, dirigida por el australiano Mel Gibson, y que levantó cierta polémica por su reflejo pretendidamente realista de las torturas físicas que sufrió Jesús de Nazaret en los últimos días de su vida. El profesor Enrique Gavilán, de la Universidad de Valladolid (ver "Dirige Enrique Gavilán") expuso su interpretación de las procesiones de Semana Santa como una representación teatral en la conferencia que pronunció en el congreso de 2003 de la Görres Gesellschaft, que tuvo lugar en Bamberg (Alemania). Otra versión sobre el mismo tema la ofreció el 31 de marzo de 2004 en la Casa Revilla de Valladolid, bajo el título "El lado teatral de la ciudad: la Semana Santa en Valladolid".
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