6 octubre 2010
Psicoanálisis del piquete
 

 

Es inaudito lo que les cuesta a políticos cabales del PSOE que se se sienten cercanos a los sindicatos, como los diputados de Izquierda Socialista o el propio ministro Corbacho, pronunciar una mínima palabra de reproche a los piquetes, y mucho más reconocer que su naturaleza es esencialmente fascista. Si les preguntas, alegan que en la huelga general se cumplieron los servicios mínimos y que los incidentes los provocaron individuos puntuales de cuyas acciones sólo se les puede responsabilizar a ellos.

En realidad, los servicios mínimos protegen los derechos de los usuarios; no tienen, por tanto, nada que ver con los piquetes, que conculcan los de los compañeros de trabajo. Y, más que los excesos de algún descerebrado, lo que repugna a la razón es la existencia misma de esta anomalía anómica y la utilización cínica e impúdica que hacen de ella los sindicatos.

Llamar fascistas a los piquetes no es el típico recurso retórico al insulto político por excelencia. Al contrario, unos y otros comparten un buen número de señas de identidad: la estrategia de intimidación callejera, la impunidad del grupo, la convicción de que el individuo debe ser arrollado por el proyecto colectivo y, muy específicamente, el encumbramiento expreso de la voluntad como factor legitimador de la acción, digno de quitarle toda autoridad al criterio de la discusión racional. No en vano el mecanismo de los piquetes se sintetiza en un enunciado básico: no se trabaja porque así lo queremos y podemos imponerlo.

De las numerosas gestas piqueteras que saltaron a los medios de comunicación, me pareció singularmente representativa la que impidió salir a las furgonetas de la rotativa de Printolid. Allí no se produjeron grandes desmanes individuales y, sin embargo, estremece la alegre justificación que esgrimió uno de los sindicalistas cuando les preguntaron por qué ellos y no las empresas hermanas de otras provincias: “Os ha tocado la china”. Con la misma arbitrariedad, despreocupación y ufana superioridad, los neonazis apalean al primer negro que se encuentran por la calle.

Naturalmente, los sindicatos, y los políticos que simpatizan con ellos, se permiten todo esto porque, en su nivel consciente, abrazan el dogma de que la lucha que desarrollan es intrínsecamente buena y justifica cualquier medio que contribuya a ella. Hace falta que salga de sus filas un Norman Mailer que psicoanalice desde dentro sus miserias y ambivalencias, sin que su diagnóstico sea desdeñado de antemano como obra de un enemigo de clase. Alguien que haga a los sindicatos preguntarse si, como ya escribió en su día el propio Mailer, no están hoy más cerca de la mafia que de Karl Marx.


 
 

 

Referencias y contextualización

El 29 de septiembre tuvo lugar una jornada de huelga general convocada por los sindicatos mayoritarios UGT y CCOO en protesta por el plan de recorte del gasto público y la reforma laboral aprobados por el Gobierno (ver el artículo anterior, "Sindicatos en crisis"). Como en todos los acontecimientos de este tipo, los piquetes presuntamente "informativos" impidieron que muchos trabajadores ejercieran su derecho de no secundar la huelga. Uno de ellos impidió la salida de las furgonetas en Printolid, la rotativa vallisoletana que imprime los periódicos del Grupo Vocento.

El novelista estadounidense Norman Mailer fue también un conocido activista contra la Guerra del Vietnam y en favor de otras campañas, pero sus novelas (por antonomasia, la más célebre, Los ejércitos de la noche, de donde procede la frase que cierra el artículo) ofrecen una visión autoirónica y crítica de sí mismo, así como de algunos de los participantes y procedimientos de los militantes.

 

 

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal