15 noviembre 2000
También la sangre se aprende
 

La prueba decisiva en el caso de Olga Rodríguez no deberían ser los tests a partir de los que Toxicología considera demostrado que Alejandro, el hombre que la reconoció hace 40 años como hija natural y terminó por incluirla en su testamento, no era su padre. Tampoco el Registro Civil, que Olga esgrime en su lucha por la porción que tratan de arrebatarla la mujer del finado y sus hijas. No. Para estos litigios, debería sentar jurisprudencia el peritaje que firmó Gabriel Albiac hace unas semanas con su lúcido artículo sobre el niño de El Royo.

Albiac distingue los conceptos de padre y genitor, que confundimos por inercia y por la mitificación clanesca de los lazos de sangre que pervive en esta sociedad. Afirma que el rasgo que convierte a los padres en tales no es la fecundación, sino la aportación al bebé del lenguaje simbólico con el que éste inicia su socialización. La tutela de su conversión en ser humano. Por ello, el artículo clamaba contra la sentencia que arrebata al niño a sus padres adoptivos; sus únicos verdaderos padres.

Respecto a Diego, yo creo que su corta edad hace difícil que la trasmutación de sus raíles de socialización sea un trauma dentro de unos meses, cuando se acostumbre a los nuevos: sus padres naturales o las enfermeras del centro de acogida. La sentencia aún puede ser eventualmente un éxito, si beneficia a Margarita Bernal y no perjudica a Diego (no es verdad que los derechos de un niño valgan más que los de un adulto, pese a nuestro empeño en concebirnos como angelitos puros que se contaminan con el tiempo).

De cualquier forma, ambas polémicas comparten la preeminencia concedida a la supuesta verdad biológica. Pero Olga es hija de Alejandro y Alejandro padre de Olga en tanto que los dos se han identificado siempre como tales. La influencia de esa ficción en sus respectivas conciencias ha sido muy superior a la que hubiera supuesto una filiación real ignorada.

Persiste una concepción esencialista del individuo, metafísica, según la cuál la identidad de uno está ya presente en el momento de su nacimiento. La lleva en la sangre. Olvidamos que lo que somos es lo que nuestra vida va depositando en nuestro cerebro (tan biológico como la sangre), en forma de recuerdos, gustos, criterios y complejos. Y que hasta para sentir la llamada de los lazos de sangre es imprescindible que antes aprendamos que la gente dice que la siente.

 

 

Referencias y contextualización

Al morir Alejandro Rodríguez, cedió parte de su testamento a Olga, una mujer de unos 60 años a la que él siempre reconoció como hija natural. La esposa de Alejandro y las hijas que surgieron de este matrimonio llevaron la herencia a los juzgados, y un análisis del ADN dictaminó que Olga, en realidad, no era hija del difunto. Por su parte, Olga apelaba al Registro Civil, en el que figuraba como tal.

En el caso del niño de El Royo, de dos años de edad, y que vivía en régimen de preadopción con una familia de esta localidad soriana, una sentencia judicial acababa de decidir su ingreso en un centrro de acogida de Salamanca para que estuviera cerca de su madre biológica y su cercanía ayudara a ésta a salir de sus problemas mentales y con el alcohol. Para el desarrollo posterior de los hechos, ver "Palinodia".

 

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