11 septiembre 2002 |
Un año |
Si algo ha significado el 11-S para la cultura occidental, aparte de su considerable aportación a los miedos inconscientes y a la iconografía colectiva, es el planteamiento de hasta qué punto mantienen su legitimidad y vigencia los principios irrenunciables de la democracia cuando se trata de combatir al enemigo común que, en términos genéricos, se ha dado en llamar terrorismo. A pesar de las bravuconadas de los presuntos responsables del atentado, natural o artificialmente magnificadas por los inquietantes efectos acústicos que producen la periodicidad dispersa y la sombra, lo cierto es que fracasaron de pleno en el único objetivo cabal y efectivo que podían albergar: la congregación de las minorías radicales de todos los países islámicos del mundo en una yihad universal. El Islam en conjunto se ha demostrado, por el momento, bastante desmovilizado como para consentir un choque de civilizaciones, y el concepto de “un nuevo tipo de guerra” que se barajó durante los primeros días ha quedado definitivamente desacreditado. Ignacio Ramonet me aseguró, cuando vino a Valladolid el pasado mes de mayo, que Al-Qaeda volvería a atentar, con el objeto de consolidarse como agente político, y es muy probable que lo haga. Pero en cualquier caso sus acciones siempre serían tan puntuales que amenazarían a las personas, nunca al sistema. Sin embargo, EE.UU. primero, y España en su “ésta es la mía” después, consideran su derecho enfrentarse al terrorismo como una amenaza permanente, que justifica la toma de medidas de excepción, difícilmente admisibles en la normalidad democrática. Suponiendo que la renuncia a comprender al enemigo fuera una táctica eficaz para no poner la menor traba a la prevención y la seguridad, ¿sería lícita la conculcación de algunos de esos derechos que llaman fundamentales? El problema del cirujano de hierro es que nunca sería el demonio de Laplace y no podría abstraerse de sus condicionantes e intereses humanos y contemplar la situación objetivamente, desde fuera. Pero, contra lo que convencionalmente se argumenta, a mí me cuesta considerar más de izquierdas el respeto a lujos apergaminados como el derecho a la intimidad, la libertad de asociación o incluso la de expresión, si éstos pueden directa o indirectamente redundar en la matanza o la tortura psicológica de inocentes, como ha venido sucediendo en el País Vasco. Sé que el debate es resbaladizo, pero está abierto.
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Referencias y contextualización El cirujano de hierro era la solución que el regeneracionista español Joaquín Costa reclamó para los problemas del país a principios del siglo XX. Su postergación de las libertades democráticas en aras de dar facilidad de actuación a ese supuesto líder inteligente, bienintencionado y autoritario es un precedente del fascismo. El demonio de Laplace es otra figura hipotética, fabulada por el filósofo y matemático francés Pierre-Simon Laplace, que asegura que, si un ser superior al hombre pudiera conocer las condiciones iniciales de un proceso y la naturaleza de todos los seres implicados en él, podría predecir el futuro con exactitud. El cambio de actitud más notorio del Gobierno español en relación con el terrorismo después del 11-S fue la ilegalización de Batasuna (ver "La ilegalización"). |
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