28 agosto 2002 |
La ilegalización |
En alguna ocasión he intentado presentar al entorno abertzale como un colectivo (muy amplio) de personas cuya percepción ha sido distorsionada por un odio victimista y enfermizo pero sincero, y unido por una solidaridad interna basada en instintos humanos. He defendido, en consecuencia, que la solución del problema no estaba en la demonización sorda, sino en la refutación con talante amable y dispuesto a aceptar que en todas partes hay motivos. También he criticado el empeño de los españoles en negar el fundamento democrático de la autodeterminación. Desde esta perspectiva, debe de ser una incoherencia no estar en contra de la ilegalización de Batasuna. Pero no lo estoy. Y no porque crea que vaya a ser el fin del terrorismo, ni porque considere que la identidad jurídica entre partido y banda armada sea más que un argumento opinable. Tampoco sólo por la exasperante decepción que llega a producir el que el mundo que uno trata de entender como humano se muestre una y otra vez absolutamente incapaz de engendrar una sola voz discordante que reivindique lo mismo de políticos, jueces, periodistas, militares y policías. La ilegalización de Batasuna es positiva porque, aparte de cerrar el grifo de las subvenciones estatales, va a poner muy difícil la actividad a gran escala del mayor elemento contaminante de la atmósfera y la psicología colectiva vascas. El responsable de que se puedan llegar a pensar disparates como que las naciones son susceptibles de sufrir una opresión, que los asesinatos se pueden enmarcar en un conflicto político o que los genocidas son el PP y el PSOE. Ahora, todo lo que representa será ilegal a los ojos de los ciudadanos vascos, que tampoco parecen muy dispuestos a movilizarse en su defensa. Es un buen momento, las comparecencias en los medios de los promotores de la resolución derrochan seguridad y verosimilitud, y también lo hacen las acciones de Garzón, a quien los mediocres aún se empeñan en reprochar ese narcisismo íntimo que es lo menos que podemos conceder a los que tienen huevos para cambiar las cosas. La situación no va a ir a peor. Lleva dos décadas sin poder hacerlo. Ahora, con tiempo y sin propaganda, es posible que los gudaris dejen de ser heroicos y acaben siendo simples “tipos raros”. Ignorar sus motivos para convertirlos en insignificantes. Yo no lo habría hecho así, pero en este asunto, como en casi todos, el fin sí que justifica los medios.
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Referencias y contextualización La ilegalización del partido abertzale Batasuna fue acometida y culminada desde dos frentes convergentes: el político, con el apoyo de los dos grandes partidos españoles PP y PSOE, y el jurídico, encarnado en el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón. El principal argumento que se esgrimía a favor de la ilegalización era que Batasuna y ETA eran de hecho "la misma cosa", razonamiento fortalecido por algunas pruebas de vinculación financiera incluidas en los sumarios de Garzón. Uno de los argumentos en contra, por su parte, era que, con la intervención, la situación en el País Vasco iba a ir a peor, a pesar de que sólo unos pocos incondicionales salieron a la calle en respuesta a las llamadas a la resistencia de los líderes de Batasuna. El 26 de agosto, por fin, el Congreso de los Diputados aprobó, con los votos de PP y PSOE, solicitar al Tribunal Supremo que declarara ilegal a Batasuna. Los artículos precedentes a los que se alude en el primer párrafo son, con diferentes enfoques, "Por qué no", "13 de mayo" y "¿Desde dónde hablar?". A su vez, el presente artículo tendrá una continuación un mes más tarde, tras el anuncio del Plan Ibarretxe, en "Después de la ilegalización". Sobre la vuelta a la legalidad de Batasuna con la tapadera del Partido Comunista de las Tierras Vascas en las elecciones autonómicas de 2005, ver "El verdadero frentismo vasco".
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