20 enero 2010
Un obispo y un bombero
 

 

Los dos rostros que Castilla y León ha llevado esta semana a las portadas de los periódicos y los informativos, dentro de las torpes réplicas que podemos agitar los hombres tras un terremoto tan brutal como el de Haití, conforman una dualidad absoluta. El cielo y la tierra, el alma y el cuerpo, el dogma y la vida. Sin tener por qué dudar de la bondad y la honestidad que transmiten las facciones de la dos caras de la moneda, y espero que sin abusar del maniqueísmo y la demagogia a los que incita el contraste, la oposición se exhibe tan nítida y flagrante que, necesariamente, uno tiene que acertar y el otro equivocarse.

La afirmación del ex obispo de Palencia, José Ignacio Munilla, de que “hay males mayores” que lo de Haití (verbi gratia el materialismo), no es sólo la coartada soñada por sus enemigos en la diócesis de San Sebastián para demostrar que lo rechazan por fundamentalista y no por españolista. Es que, si la muerte y el sufrimiento son el único abismo al que no se pueden asomar las palabras so pena de precipitarse en el ridículo, todavía lo son más para un sacerdote. Las dualidades, tan caras a la doctrina católica, son paradójicamente donde ésta patina hasta darse de bruces contra el suelo.

Para más inri, de entre los escombros surgió Óscar Vega. Joven, sonriente, feliz de hacer feliz, regalando la única riqueza real que tiene el ser humano: su tiempo. Quienes pecamos de avaricia de tal peculio nos tuvimos que sentir un poco avergonzados cuando salió en la tele con el niño haitiano en los brazos. Tan reacio a saborear su triunfo, tan remiso a darse importancia explotando la sensibilidad a flor de piel, que hasta por dos veces logró impedir que se le quebrara la voz.

Sin embargo, pese al alborozo del milagro individual al que nos aferramos todos por un instante, el resultado final no fue un 1-1, sino un uno contra decenas de miles que también se cuentan de uno en uno. La niña abandonada a medio rescate que pasó en un segundo de la vida a la muerte por un tiroteo ajeno por completo al destino que se dirimía; José Valverde, cuyo fugaz rayo de esperanza se tornará absurdo y cruel en cuanto se apague. ¿Hacen falta más ejemplos? El dolor lo provocan motivos ciegos y no sirve para nada. No enseña ni purifica, sólo engendra más dolor y más violencia, en forma de saqueos, traumas, rivalidades, revanchas.

Dice Munilla que hay males mayores, pero me temo que su desapego material ni siquiera tendrá compensación en otra vida. Para empezar, porque si hubiera un dios, nos habría congregado directamente en el cielo, y la terrenal no existiría. ¿Para qué un preámbulo superfluo y doloroso? ¿Para qué probar a quien se conoce? ¿Para qué hacer daño a quien se ama? ¿Para qué necesitar a los bomberos? ¿Para qué tener que oír a los obispos?


 
 

 

Referencias y contextualización

El martes 12, un terremoto de 7 grados en la escala de Richter asoló Haiti, provocando alrededor de 100.000 muertos. Las polémicas declaraciones de monseñor Munilla, que había sido mal recibido por los sacerdotes de su nueva diócesis de San Sebastián por su conservadurismo y su supueto españolismo, se pueden leer aquí. La hazaña de Óscar Vega y los Bomberos de Castilla y León se recoge aquí, y el caso de la niña abandonada por culpa de un tiroteo en mitad de su rescate, aquí. La segoviana Pilar Juárez, la mujer de José Valverde, fue identificada erróneamente como uno de los cadáveres encontrados el día 17. Tras la rectificación, su cuerpo fue finalmente encontrado el jueves 21, al día siguiente de la publicación de este artículo.

 

 

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