2 julio 2008 |
El fútbol y la nación |
Uno de los fenómenos más asombrosos de nuestro mundo es el de que un individuo, o 10.000 contemplándolo a través de una pantalla en la Acera de Recoletos de Valladolid, o 15 millones por televisión en toda España, sientan como propio un éxito deportivo de la entidad jurídica donde le ha tocado nacer. El hecho de que los ciudadanos de los demás países sean igualmente obedientes a sus respectivas lealtades nacionales y la evidencia de que habríamos abrazado con el mismo fervor cualquier otra que se nos hubiera asignado parecen no ser obstáculos para que la peña grite con orgullo “¡soy español!” y entone cantares de gesta a los futbolistas de la selección, y peatones y conductores que nunca se habían visto antes y jamás volverán a encontrarse se fundan en una comunión festiva de cláxones, vítores y pases de tauromaquia rojigualda. Nuestra complacencia en huir de la rutina con la ingesta de este “analgésico sin contraindicaciones” del que hablaba con tino Fran Asensio en su crónica del lunes puede ser inmadura e improductiva, pero desde luego es muy lícita y comprensible. Cada uno llena su vida de lo que quiere o de lo que puede, y tampoco andamos sobrados de coartadas de felicidad como para permitirnos el lujo de despreciar por frívolo o plebeyo un sentimiento tan inofensivo, hormonalmente placentero y susceptible de revivirse o superarse, según el resultado, como el patriotismo aplicado al fútbol. Todo ello siempre que admitamos que la nación no es más que eso, un sentimiento, y que, como tal, pertenece al ámbito de lo subjetivo. Ni la permanencia de las naciones con Estado ni la construcción de las que no lo tienen deberían formar parte de la agenda política, pues ésta sólo ha de contemplar hechos ciertos e intereses reales de las personas, y exigir de ellas contribuciones y obligaciones en calidad de ciudadanos, no de patriotas. A lo sumo, podemos aceptar que se corten calles como respuesta a una demanda, igual que se hace para las procesiones o para un concierto de pop, pero ni la administración estatal ni las autonómicas pueden erigirse en guardianes o abogados de unos sentimientos personales de adhesión que, por muy extendidos que estén, no pasan de ser emociones privadas y no implican la existencia objetiva de una comunidad en la que fingen que radica su legitimidad. Sería como si lo hicieran por el colectivo de los adeptos a San Antonio o el de los forofos de Madonna
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Referencias y contextualización El domingo 29, la selección española de fútbol se proclamó campeona de la Eurocopa. La final contra Alemania la siguieron 10.000 vallisoletanos a través de una pantalla gigante colocada en la Acera de Recoletos, y se estima que la audiencia televisiva del evento superó los 15 millones de espectadores. La celebración se prolongó hasta bien entrada la noche por la Plaza Zorrilla y las calles aledañas. Casi tan sonada como la victoria final fue la conseguida contra Italia en los cuartos de final del torneo, la ronda en la que la selección caía tradicionalmente eliminada; sobre ésta última trata el artículo anterior, "Vaya, pues podíamos". Otro artículo sobre el significado social del fútbol es "El fútbol o el último reducto de la épica", y un intento de refutar el concepto de nación se puede hallar, por ejemplo, en "Nación, esencia e Historia". |
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