17 marzo 2010 |
A la sombra del ciprés |
No es fácil escribir a la sombra de un ciprés alto, noble, inalcanzable. Poco importa que, desde que pasó la hoja roja, su único síndrome de abstinencia fuera por Angelines, y que ya sólo aspirase a recuperar el equilibrio sobre un plácido fondo gris. Sin haberle conocido personalmente en vida ni ser experto en su obra, uno tienta con cautela el peso de cada palabra que deposita en el folio, temiendo deshonrar al difunto con un guirigay de tópicos voluntariosos equiparables a los del célebre funeral de Mario o bien utilizarle como simple testigo y receptáculo de un vano y egocéntrico monólogo interior. Dice Alejandro Gándara que los castellanos debemos a Miguel Delibes el habernos reconciliado con nuestra identidad, con nuestra existencia, con nuestro paisaje. Bueno. Dentro del exiguo margen que tiene para rebelarse contra esa afirmación un tipo que se llama como se llama porque a sus padres les enamoró el protagonista de la película de El príncipe destronado (según me aseguran, sin la malicia que supondría tener ya entonces previsto al hermanito pequeño que habría de derrocarme), confieso que, al igual que Jesús Ferrero, guardo ciertos reparos a la identificación del cazador con su coto; al autor con su “Castilla, lo castellano y los castellanos”. Me da la impresión de que enlatar a Delibes en envase regional es condenarle al costumbrismo de caminos y ratas, versionarle como un intérprete folk para oídos románticos en busca de sonidos exóticos, valorarle únicamente como emisario de un mundo remoto del que es testigo pero no autor y, en suma, coronarle con un mero birrete de becario de la Escuela del Resentimiento de Harold Bloom. Fundiéndole en el paisaje, tendemos a olvidar que Delibes creó en mi tocayo un arquetipo de los niños primogénitos, que satirizó la caza del voto en las democracias en plena loa a la Transición, que investigó los recovecos de las reacciones humanas en la cólera de Azarías. Que envió, en fin, un batiscafo a sondear el vértigo del sinsentido existencial y le puso por título el hallazgo verbal más gráfico y ocurrente que se ha ingeniado para describir la indeleble huella de la muerte.
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Referencias y contextualización El viernes 12 falleció el escritor vallisoletano Miguel Delibes. Su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, fue un relato existencial en torno al sentido de la vida y el impacto de la muerte, con un título que aludía a la forma de los árboles que suelen plantarse en los cementerios. En La hoja roja, reflexionaba sobre la vejez sirviéndose de la metáfora de la laminilla que anunciaba en las antiguas cajetillas de tabaco que los cigarrillos estaban a puno de acabarse. Él, al cumplir los 87 años, en octubre de 2007, dijo: "Soporto los días, uno tras otro, todos iguales. No deseo más tiempo. Doy mi vida por vivida". El artículo "La hoja roja" habla de la vejez aprovechando el título de Delibes. Angelines de Castro, su mujer, a la que definía como su "equilibrio", falleció en 1973 y en su recuerdo escribió Señora de rojo sobre fondo gris. Cinco horas con Mario, una de sus novelas más famosas por estar construida en forma de monólogo interior de una viuda que vela a su esposo, comienza con el funeral de éste, en el que Delibes parodia los pésames y condolencias al uso. El texto citado de Alejandro Gándara pertenece a su interesante blog en elmundo.es. Los suscriptores de El Mundo en Orbyt pueden leer el de Jesús Ferrero aquí. El protagonista de El príncipe destronado y de su versión cinematográfica, La guerra de papá, se llama Quico y es un niño que intenta desesperadamente recuperar la atención que antes le prestaban sus padres pero ahora ha pasado a su hermano recién nacido. Castilla, lo castellano y los castellanos es un ensayo de Delibes sobre su región natal. El camino y Las ratas son dos de las grandes novelas rurales de Delibes. Harold Bloom es un crítico literario estadounidense que aborrece la tendencia de los últimos años a alabar obras literarias de países en vías de desarrollo o colectivos minoritarios por el mero hecho de su procedencia, sin valorar la verdadera calidad de clásicos que él enumeró en su ensayo El canon occidental. La novela que satiriza el caciquismo democrático es El disputado voto del señor Cayo. Azarías es uno de los protagonistas de Los santos inocentes, un hombre de campo y enfermo mental que asesina a sus señores cuando disparan por error a su mochuelo.
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