30 junio 2013 |
Becas por caridad |
No se me ocurre mejor argumento para resolver el debate sobre qué nota final de Bachillerato debe exigirse a los estudiantes que soliciten una beca para primero de carrera que el que ha expuesto la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León: si un alumno puede matricularse con un 5, ¿por qué va a ser diferente la calificación que permite acceder a una beca? Sin duda, siempre serán oportunas las becas que las distintas administraciones destinen a incentivar el rendimiento, después de que las leyes socialistas relajaran un nivel de exigencia que debe ser lo más alto posible desde la infancia, porque los niños, aún permeables, asumen cualquier listón que se les ponga y ése será ya su estándar en la vida. Pero las que compensan la falta de recursos de sus padres, una injusticia que no es culpa suya y posiblemente tampoco de los progenitores, deben deslindarse completamente de los resultados académicos. Alegar que los alumnos que no alcanzan el 6,5 propuesto inicialmente por el ministro Wert tienen más probabilidad de dejar los estudios supone, por un lado, prejuzgar cada caso individual por la estadística que arroje el resto de ejemplos similares. El abandono universitario podría medirse también según la profesión de los padres, la etnia o el número de hermanos, y ponderar las ayudas de acuerdo con las calificaciones colectivas. Y, por otro, equivale a condicionar el gasto social y por tanto la redistribución de la renta, que debería ser un principio básico de justicia, a su previsión de eficacia. Aplicando el mismo criterio que Wert a las becas universitarias, los nonagenarios deberían recibir menos pensión que los octogenarios, porque lo más plausible es que le den un uso más breve e ineficiente. Dicho planteamiento revela que el ministro, aunque diga que no deben ser limosna, en el fondo piensa que las becas no se conceden por justicia, para reparar una desigualdad, sino por caridad. Que la sociedad hace un esfuerzo que no tenía por qué hacer por unos tíos a quienes lo menos que se les puede exigir a cambio es que estén agradecidos y lo aprovechen. Algo a lo que subyace otra convicción: la de que el éxito es un mérito y el fracaso una culpa, y además es lícito heredar uno u otro de los padres que le han tocado a cada uno. Desde la cresta de una ola que casi nunca han generado ellos mismos, algunos cretinos no quieren ver que todas las personas somos series afortunadas o desgraciadas de casualidades, la consecuencia lógica y aun diría mecánica de los dones recibidos y las circunstancias sobrevenidas. Que todo se reduce, sencillamente, a que hay vidas que salen bien y vidas que salen mal.
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Referencias y contextualización El ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, desató esta semana una polémica nacional al anunciar que elevaría a 6,5 la nota que da derecho a acceder a una beca universitaria, incluida la del primer año, alegando, entre otras cosas, que los alumnos que sacan menos tienen a abandonar la carrera. Luego reculó y las mantuvo en el 5,5, pero reafirmándose en la convicción de que los escasos recursos públicos no se han de distribuir "como una limosna, sino como una contribución de recursos que la sociedad hace con justa correspondencia". El director general de Universidades e Investigación de la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León, Ángel del Río, dijo en la conferencia general de política universitaria que, para las becas autonómicas, la Junta mantendría el 5, porque no hay razón para que la nota exigible para acceder a una beca sea mayor que la que se pide para entrar en la universidad. La refutación de la libertad individual que constituye la base filosófica de este artículo y de todos los enfoques antiliberales de Kiko Rosique puede leerse en "Sobre el determinismo".
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