11 septiembre 2011
Concurso de (re)cortes
 

 

Los festejos populares, tan dados a explorar nuevas y cada vez más sofisticadas formas de esparcimiento con el ganado vacuno, están incorporando una actividad lúdica que la reforma constitucional convertirá pronto en una tradición milenaria. En lo sucesivo, todos los veranos, poco antes de presentar oficialmente sus presupuestos, los mejores recortadores de todas las administraciones competirán a ver quién ejecuta un quiebro más vistoso, creativo y ajustado a las necesidades de gasto.

Pilar del Olmo ya ha cogido el toro por los cuernos y adelantará los recortes para cumplir con los objetivos de déficit de este año. El mantra de “hacer más con menos” parece una quimera, pero con uno similar Mies van der Rohe refundó la arquitectura insuflándola una pulcritud y una racionalidad que hace ya tiempo que piden a gritos las cuentas públicas. Alfonso Guerra aduce que el PP recorta con gusto, pero eso, además de ser un inverosímil juicio de intenciones, no refuta la urgencia de proceder así. Habrá incluso quien replique al exvicepresidente que siempre es mejor hacer tu trabajo con entusiasmo vocacional que forzado y arrastrando los pies.

La creatividad de los recortadores se medirá en función de si son capaces de ahorrar sin tocar las prestaciones sociales. Porque reducir gastos de móvil y coches oficiales siempre merecerá la ovación del público, pero así se recorta poco. Tarde o temprano habrá que revisar la Sanidad y la Educación, sangría presupuestaria de todas las comunidades, que no por cubrir dos derechos emblemáticos de nuestra sociedad deben tener patente de corso para derrochar material o no aprovechar mejor el tiempo sin tener que recurrir a horas sobrerretribuidas. A mayores, un copago simbólico de las consultas hospitalarias sólo disuadiría de acudir a quienes se las toman como un sano pasatiempo con el que matar la tarde.

Sin embargo, me temo que, entre los dogmas de la izquierda y los escrúpulos de la derecha, los grandes paganos de la Sanidad y la Educación van a ser los interinos. Reducir las contrataciones y renovaciones parece una mejora de la gestión que no menoscaba los derechos de los usuarios. Pero, a cambio, sacrifica a una generación de jóvenes y no tan jóvenes que no tienen la culpa de que las cuentas públicas se hayan vaciado paliando los daños de una crisis privada, ni menos derecho a que los presupuestos se empleen en su favor que los parados, los concesionarios o los albañiles que ejecutaron las obras del Plan E.

 

 

 

Referencias y contextualización

La consejera de Hacienda de la Junta de Castilla y León, Pilar del Olmo, anunció el viernes 9 que adelantaría al ejercicio en curso su plan de recortes, con el objetivo de reducir el déficit autonómico; como otros responsables públicos, albergaba la esperanza de hacer "más con menos", sentencia que recuerda al "menos es más" acuñado como principio estético por el arquitecto racionalista Mies van der Rohe. El lunes 5, en la fiesta minera de Rodiezmo, el expresidente del Gobierno socialista Alfonso Guerra arengó a su auditorio a frenar a la derecha, por delante en todas las encuestas, alegando que la diferencia entre el PP y el PSOE es que el primero hacía los recortes con gusto.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, acababa de anunciar que ampliaría de 18 a 20 las horas lectivas que tendrían que impartir los profesores de secundaria, lo que disminuiría la necesidad de contratar interinos. De hecho, todas las administraciones públicas hacía tiempo que estaban reduciendo al mínimo la reposición de plazas de empleo público tras la jubilación de sus ocupantes. El Gobierno central había presumido en numerosas ocasiones de atender a los parados durante la crisis, así como de reanimar a sectores como el automovilístico con subvenciones a la compra y de la construcción con el llamado Plan E (una ironía sobre éste es el artículo "Y ahora... el Plan F"), pero no le parecía injusto reducir la convocatoria de plazas de interinos.

 

 

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