10 junio 2009 |
Conducción de género |
Nunca me ha convencido esa creencia generalizada de que existe una forma de ser propia del hombre y otra de la mujer. Dejando aparte, quizás, el instinto maternal y los papeles que adopta cada sexo en relación al otro en las sagradas lides del amor y el cortejo (donde por definición se ha de antagonizar al contrario, y parece como si hubiera un modo de seducir, de fanfarronear, de meter la pata, de reprochar, de sufrir y de resignarse distinto y característico de cada bando), no termino de ver pruebas concluyentes para aceptar la existencia de un eterno femenino y su simétrico masculino. Las identidades colectivas siempre se me antojan una ilusión óptica, un espejismo inducido por lo que uno da por hecho que va a ver, y la sexual no es una excepción. En cuanto trato de mirar de otra manera, de quitarme los anteojos de la inercia, me es difícil distinguir un mínimo común múltiplo que compartan todos los individuos de cada sexo, pensar que realmente consiste en algo “ser hombre” o “ser mujer”. Entonces, el contenido que damos a ambas expresiones me parece una mera circularidad, atestiguada, por ejemplo, en el hecho de que definamos a las mujeres como sensibles, románticas y cariñosas, y luego, si nos encontramos con un intruso varonil que posee esas mismas características, en vez de considerar la posibilidad de que también sean patrimonio de su sexo, concluyamos que ese hombre en particular tiene muy desarrollado su lado... femenino. Ahora bien, dicho lo cual, no me queda más remedio que reconocer que quien quiera refutarme estas ideas no tiene más que acudir a los datos de infracciones de tráfico con pérdida de puntos en Valladolid, desglosados según eso que llaman “perspectiva de género”. Que los hombres cometan casi seis veces más que las mujeres, diez veces más si nos centramos en las infracciones por brutales excesos de velocidad, y que todos los conductores castigados por registrar consumo de estupefacientes fueran del sexo masculino, supera con mucho la proporción en la que unos y otras se ponen al volante, y tiene que tener una explicación biológica, no sólo cultural; una mayor predisposición genética a disfrutar de la rapidez, la osadía, el riesgo o los excesos, una particular sensibilidad de sus glándulas a segregar hormonas ante ciertas emociones a las que las de las mujeres son indiferentes. Admito que aquí los datos empíricos hacen tambalear mi razonamiento en abstracto. Pero, claro, los anteojos de las ideas a las que uno mismo ha llegado contra viento, marea y opinión mayoritaria cuesta quitarlos todavía más que los de la inercia.
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Referencias y contextualización El Mundo-Diario de Valladolid publicó el domingo 7 los datos de la Dirección General de Tráfico sobre infracciones con pérdida de puntos del carné en Valladolid, desglosados por sexos. Según esta tabla, los hombres habían cometido 16.840 infracciones y las mujeres sólo 3.045, los hombres habían sido penalizados 962 veces por excesos de velocidad superiores a los 40 km/h y las mujeres sólo 82, y los once conductores que habían perdido seis puntos por registrar consumo de estupefacientes habían sido hombres. Del tráfico y sus controles tratan también los artículos "Soplando" y "El As de canicas". |
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