15 septiembre 2010 |
Derechos e inercias |
Hay temas que a uno le atañen tan de frente que el pudor, los reparos a comentarlos siendo juez y parte y seguramente algún complejillo irredento suelen aconsejarle dejarlos de lado. Pero, si coinciden en el tiempo dos iniciativas como la introducción de menús en braille en 22 restaurantes de Segovia y la instalación de una tribuna para que los discapacitados físicos viera sin murallas humanas los conciertos de la Plaza Mayor en las fiestas patronales de Valladolid, cualquier remilgo resulta frívolo si conlleva eludir la ocasión de aplaudirlas. Personalmente, jamás he planteado estas cosas como una cuestión de derechos de los discapacitados, que se deban exigir y las administraciones tengan el deber simétrico de satisfacer. Por más que se adornen los adjetivos, los derechos humanos no son intrínsecos ni universales, sino que una persona goza de los derechos que la sociedad donde vive ha decidido reconocer como tales. Podrían ser éstos, podrían ser otros o podría no ser ninguno. Me enorgullece pertenecer a una cultura que se arroga la misión de reparar en la medida de lo posible las injusticias creadas por el azar, y donde dos ayuntamientos y varios hosteleros se toman la molestia de poner los medios para ello. Pero no ignoro que, si en lugar de nacer aquí y ahora lo hubiera hecho en una sociedad de cazadores africanos o prehistóricos, en vez de un ciudadano con derecho a una ciudad accesible probablemente sería el señuelo. La toma de decisiones racionales contra el azar y la inercia es la esencia del Occidente moderno, ya sea para corregir desigualdades o para garantizar el clima y la rentabilidad en unas fiestas patronales, como defendía León de la Riva en la inteligente relativización de tradiciones e identidades que firmó el sábado en este diario. Supongo que el mismo criterio acabará un día con el Toro de la Vega, pero no será con analogías que basan su efectismo sólo en que la sociedad actual otorga convencionalmente un rol distinto al perro. De desmontarlas ya se encargó ayer, en un brillante e imaginativo alarde argumental, Vidal Arranz.
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Referencias y contextualización El alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, defendió en un artículo publicado el sábado 11 en El Mundo de Castilla y León su decisión, tomada en 2000, de adelantar las fiestas patronales dos semanas, pasando de estar consagradas a San Mateo a estarlo a la Virgen de San Lorenzo. El cambio se debió a la constatación de que en la primera quincena de septiembre el clima en la ciudad era mucho mejor que en la segunda. No obstante, De la Riva recordaba que la invocación a San Mateo databa de mediados del siglo XX y que también la Virgen de San Lorenzo había sido una imagen reverenciada en Valladolid a comienzos de la centuria. Argumentaba, en definitiva, que la identidad era siempre cambiante y que las tradiciones adoptadas por nuestro presente eran tan válidas y representativas como las asumidas en el pasado. La dirigente del Partido Antitaurino Silvia Barquero había criticado el tradicional festejo del Toro de la Vega, cuya edición de 2010 se celebró en Tordesillas (Valladolid) el martes 14, subrayando que, si se alanceara a un perro en lugar de a un toro, el evento sería un delito tipificado en el Código Penal. El artículo en que la contesta el director de El Mundo de Castilla y León, Vidal Arranz, puede leerse aquí. Un artículo sobre el debate ético en torno a las corridas de toros, que podría ser extrapolable al Toro de la Vega, es "Sangre en la arena".
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