4 agosto 2010
Sangre en la arena
 

 

Cuando Falange hizo procesar a Garzón, muchos reclamamos y aplaudimos que se juzgara el fondo del asunto independientemente de quién fuera el querellante y cuáles sus motivaciones políticas. Ahora veo que casi nadie de los que entonces adoptamos ese criterio repara en que, por las mismas, tampoco podemos atacar la prohibición taurina en Cataluña aduciendo el antiespañolismo que ha movilizado a bastantes (ni mucho menos todos) de sus partidarios. Desde luego, la cuestión que espera en la arena pública a que la sociedad lidie con ella tiene suficiente enjundia y trascendencia como para que no nos perdamos en detalles colaterales: ¿Qué actividades humanas justifican el sufrimiento de un animal?

Yo no tengo la respuesta, pero sospecho que al futuro el tratamiento que damos a los animales le parecerá tan aberrante como nos parece a nosotros el que los europeos dispensaron a los indios americanos, esclavizándolos, torturándolos y asesinándolos sin mayores condolencias, porque realmente se pensaba que eran seres inferiores. No es nada descabellado que, dentro de unos años, la civilización tenga asumido e interiorizado que los animales tienen derecho a no sufrir.

En tal caso, la apelación a la libertad de empresa o de ocio para defender las corridas les sonará a nuestros descendientes tan cínica como si excusara la gestión o el consumo de la explotación sexual. Además, objetarán que al individuo toro le trae sin cuidado la supervivencia de su propia especie, de la que ni siquiera tiene conciencia. Por último, no subordinarán su dolor a la conservación de una tradición cultural que sí, me temo que compararán con la ablación del clítoris.

Ahora bien, ese futuro condenaría con idéntico desprecio los correbous y el resto de festejos taurinos, los deportes y performances teatrales con animales, los zoos, los circos, el trabajo con bestias de carga, las mascotas domésticas, los ratones de laboratorio, la caza y la pesca, los mataderos, las granjas y establos y hasta el consumo de carne y pescado. Para todas estas actividades habría que buscar necesariamente alternativas, del mismo modo que nada justificaría hoy el maltrato a un inca o un navajo.

La clave es hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Quienes sienten que los toros son un arte lo consideran por eso mismo superior a cualquier empeño o manía ecologista. Yo, aunque admito que en vídeo da gusto ver a José Tomás, no tengo ese paladar. Pero confieso que pensé lo mismo cuando algunos se opusieron a que el cielo de Gredos quedara rasgado y ungido para la eternidad por el apoteósico solo de guitarra con que Mark Knopfler remata en directo Sultans of Swing.



 
 

 

Referencias y contextualización

El miércoles 28 de julio, el Parlamento catalán decidió prohibir las corridas de toros en Cataluña, en una votación consecuencia de una iniciativa legislativa popular avalada, como era preceptivo, por medio millón de firmas. La polémica se prolongó durante toda la semana, también en Castilla y León, donde, como en el resto de España y en los medios extranjeros, se mezclaron los argumentos en defensa de los animales o de la fiesta con las interpretaciones políticas de la decisión catalana. El sábado 31, la serie de conciertos Músicos en la Naturaleza, que tiene lugar todos los veranos en la sierra de Gredos, celebró su edición de este año con la actuación de Mark Knopfler; grupos ecologistas habían mostrado en los días anteriores su oposición a este evento en un paraje natural. Sobre la instrucción que llevó al juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón a ser juzgado por prevaricación, se puede leer "Traspaso de medallas"

 

 

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