16 junio 2010 |
El 'storyboard' de este drama |
No tengo un gran aprecio a los sindicatos. Como las feministas y los ecologistas, me parece que, al aprovechar descaradamente el viento a favor para navegar en la ola de la autocomplacencia y el dogma, traicionan el espíritu que dio sentido, relevancia y valor a la lucha contra corriente de sus precursores. Personalmente, limitaría las subvenciones que les da el Estado a las que quisieran concederles los contribuyentes con una X en su declaración de la renta, mandaría a trabajar a los liberados y a la cárcel a los integrantes de los piquetes y exploraría de buen grado esas fórmulas que, por hurtarles el monopolio del diálogo social, les inducen, ahora sí, a tocar a zafarrancho. Sin embargo, si se sincroniza con las movilizaciones en otros países de Europa, creo que la huelga general del 29 de septiembre merece la pena. Tomando la perspectiva suficiente para abarcar toda la película de terror que comenzó hace dos años, resulta evidente que UGT y CCOO no pasan de ser meros extras que aportan pancartas al atrezzo. Igual que Zapatero y Rajoy, que Merkel y Sarkozy, que el mismísimo Obama. Si bajamos el volumen a los efectos sonoros, a los diálogos sobreinterpretados y a las escenas de transición, nos quedamos sólo con el esquema esencial de la trama. Y es una secuencia de fotogramas que, francamente, da que pensar. El drama empezó porque el sector financiero mundial asumió unos riesgos que nadie le autorizó a emprender con sus ahorros. Como los bancos no habían adoptado las previsiones necesarias para garantizar los depósitos y además se negaban a conceder créditos, los gobiernos se endeudaron para asegurar unos y otros, reactivar la economía y socorrer a los damnificados. Eso sí, en buena lógica se conjuraron para regular el capitalismo y que aquello no volviera a suceder. Pues resulta que ahora, tras la jugada maestra de exhibir desconfianza hacia la deuda y el euro, los mercados ya no rinden cuentas sino que ponen contra las cuerdas a los estados, disparan sus réditos con unos préstamos que deberían conceder a interés cero para reparar su responsabilidad, y son los ciudadanos quienes, por medio de ajustes y reformas, pagan a los gobiernos el esfuerzo que tuvieron que hacer ¡con el dinero de sus impuestos! La política que iba a embridar la economía se vuelve a dejar montar a caballo y, para colmo, exime de los sacrificios únicamente a los bancos, que, aquí en España, amplían negocio y beneficios sin devolver las ayudas concediendo créditos a las pymes ni buscar la liquidez que dicen necesitar por la vía normal en el libre mercado que apadrinan: abaratando el stock de viviendas que tienen acumuladas. No me siento recluta de ninguna lucha de clases ni tampoco corneta de las teorías de la conspiración, pero éste y no otro es el storyboard de la crisis. Un argumento quizá no previsto desde el inicio, sino improvisado capítulo a capítulo según la docilidad de las audiencias, pero tan ingeniosamente circular, coronado por un final con tal apariencia de flashback, que merece que todos los europeos salgan a la calle a exigir la cabeza de los guionistas.
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Referencias y contextualización Un storyboard es la sucesión de fotogramas que los directores de cine dibujan como esquema narrativo previo y guía de las escenas que luego rodarán. El martes 15, los sindicatos mayoritarios UGT y CCOO convocaron para el 29 de septiembre (fecha para la que también se anunciaban movilizaciones análogas en otros países europeos) una huelga general como protesta a la política emprendida por el Gobierno para reducir drásticamente el déficit público de acuerdo con lo ordenado por la UE para evitar que los títulos de deuda de algunos países como España pudieran devaluarse en los mercados internacionales llegando a amenazar al euro. En España, se habían congelado las pensiones, rebajado los sueldos de los funcionarios, recortado diversas prestaciones sociales, suspendido obras públicas y, ahora (la aprobación definitiva sería en el Consejo de Ministros del miércoles, aunque ya se había publicado su contenido) una reforma laboral que, entre otras cosas, abarataba los costes del despido y decretaba que el erario correría con los costes de ocho de los 33 días de indemnización por año trabajado estipulados en los contratos indefinidos. También reducía el papel de los sindicatos como representantes exclusivos de los trabajadores en los convenios colectivos y sectoriales. Una protesta contra el hecho de que los bancos no tuvieran que garantizar por ley más que una cierta cantidad de los depósitos de sus clientes puede leerse en "Los bancos, únicos responsables de sus riesgos", una parodia sobre la inversión pública para reactivar la economía y la necesidad de regular los mercados en "Inyecciones de liquidez" y una ironía recordando la supuesta reforma del capitalismo que anunciaron los gobiernos cuando estalló la crisis económica en "El capitalismo se refunda".
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