30 junio 2010
Fumata rojigualda
 

 

Habemus sententiam. La fumata rojigualda, no se sabe bien si en homenaje a Carlos III o a Wifredo el Velloso, brota por fin de una chimenea que a estas alturas ya casi parece de otra época, mientras la multitud de fieles que aguardaba en la plaza se queda momentáneamente absorta con la humareda creada antes de volverse de nuevo a la pantalla gigante para ver a medio Barça hipostasiado en la selección española.

Uno ya pensaba que el Tribunal Constitucional había comprendido que sobre una cuestión puramente metafísica como el concepto de nación sólo podía pronunciarse la justicia divina. Habría sido una loable inhibición, digna de sentar jurisprudencia universal y extenderse de los jueces a los políticos, a los opinadores y al resto de ciudadanos, para que todos asumieran de una vez que el que miles de personas se sientan españolas o catalanas debe tener tanta trascendencia pública y administrativa como el que otras muchas profesen la fe budista o la evangélica, la de Shakira o la de Marilyn Manson.

A última hora del lunes, para hacer currar a los periodistas todo lo que les han recriminado que ellos no trabajaban, los magistrados dictaron sentencia. Unívoca, objetiva e intemporal, se supone, aunque fuera por un 6-4 que meses antes era un 4-6 y meses después habría sido posiblemente un 8-2. La solución mágica que permitió al TC salir del entuerto fue bien fácil: negar toda validez jurídica al palabro, aunque de hecho no hay ningún vínculo legal, lógico ni práctico que lleve necesariamente de la nación al Estado independiente, ni que impida a la nacionalidad llegar a idéntico destino. Qué delgada es la redundancia que separa el éxito del fracaso, el alumbramiento del aborto de la sentencia que dicen que marcará el futuro de España.

Al menos, el fallo ha tenido el detalle de no contraprogramar la Presidencia europea, ya de por sí bastante neutralizada por la crisis de la deuda. Una crisis que, como sugirió Margaritis Schinas en Valladolid, debería concienciar a la UE de que sólo podrá domar a los mercados y evitar deslocalizaciones si se convierte, fíjense qué paradoja, en una verdadera nación de naciones.


 
 

 

Referencias y contextualización

El lunes 28, el Tribunal Constitucional hizo público su fallo sobre el recurso que cuatro años antes había presentado el Partido Popular contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña, desatando multitud de reacciones que lo interpretaban como un triunfo para el PSOE o para el PP, como una consolidación del Estado español o como un paso hacia la independencia de Cataluña. Carlos III fue el rey que aprobó que la bandera española fuera la que hoy es, mientras que la leyenda dice que la senyera está inspirada en las franjas rojas verticales que, sobre un blasón amarillo, hizo con sus dedos untados en sangre en su lecho de muerte el conde de Barcelona y Gerona Wifredo el Velloso. Al día siguiente, martes, la selección española de fútbol iba a disputar su partido de octavos de final en el Mundial de Sudáfrica; seis jugadores del equipo titular pertenecían al F. C. Barcelona.

Se había informado de que el cambio que había permtido a los magistrados del TC llegar a un acuerdo que había resultado infructuoso durante todo este tiempo fue la inclusión en el fallo de una referencia expresa a que la expresión "nación" que el Estatuto atribuía a Cataluña debía entenderse sin efectos jurídicos; por lo demás, el fallo era muy parecido a los cinco borradores sucesivos presentados por la ponente Elisa Pérez Vera, ninguno de los cuales llegó a ser aprobado por una mayoría de los vocales del TC. Una reseña del discurso pronunciado en Valladolid por el director general de Política Europea de la Presidencia de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, se puede leer aquí. Una argumentación contra la validez del concepto de nación es, por ejemplo, "Nación, esencia e historia".

 

 

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