7 junio 2006 |
La ciudad, los pulmones y el humo |
No se puede poner puertas al humo. Eso debió de pensar Javier León de la Riva cuando dijo que no va a restringir el tráfico en Valladolid aunque sea la cuarta ciudad de España con mayor índice de “polución por partículas”, que no sé exactamente qué significa pero seguro que nada bueno. Y otro tanto los voluntariosos miembros del Comité de Prevención del Tabaquismo y otras organizaciones similares, al comprobar desolados que el consumo de cigarrillos, que había disminuido por el impacto inicial de la célebre Ley, ha vuelto a repuntar un 12%. En parte tienen razón. Hasta hace no mucho, nos asistió la excusa de que no estaba demostrado al 100% que el tabaco matara o que las emisiones de CO2 fueran las culpables del cambio climático. Pero si, a estas alturas, los fumadores han encontrado el modo de reacomodar su hábito a la nueva legislación, y ciertos resquicios y situaciones que no habían descubierto en enero les han sugerido nuevos reflejos pavlovianos que llaman a gritos al pitillo; o si los conductores se han construido coartadas e itinerarios para justificar que en una ciudad como Valladolid no les queda más remedio que coger el coche, el problema ya no es formativo, como su impotencia quiere hacer creer a los buscadores profesionales de soluciones. Al humo no se le pueden poner puertas; se le pueden poner esclusas, y dejarlas herméticamente cerradas. Es decir, habría que prohibir el tabaco o el empleo del coche en determinadas circunstancias, no esperar que la gente renuncie a una costumbre inserta en su día a día. Para abortar el mecanismo psicológico de un vicio (ambos lo son), hay que extirpar el primer elemento, el desencadenante del reflejo pavloviano, impidiendo así la posibilidad misma de pensar en el segundo. La única discusión que viene a cuento dirimir es si se debe cambiar la realidad social a golpe de decreto o respetar su evolución espontánea. Desde luego, si son las leyes las que han de amoldarse a la sociedad, el alcalde de Valladolid hace bien en no obstaculizar una cultura automovilística que se ha impuesto por sí misma, y tampoco procede prohibir el hábito del tabaco, que ya es factor inherente a la vida de muchas personas. Por mi parte, ya he dejado entrever otras veces que carezco de ese recelo al intervencionismo tan extendido en nuestra sociedad desde que el pensamiento liberal reconquistó la mentalidad colectiva, y es porque creo que la libertad individual no es más que una ilusión mental producida por el falso presupuesto del yo-sujeto. Mucho más cuando está en juego la salud de terceros: la de los no fumadores y la de los hombres del futuro, que son a fin de cuentas los únicos beneficiarios de ese equívoco estribillo de “salvar al planeta” que olvida que éste perdurará, con un tipo u otro de vida orgánica, mucho más allá de la extinción de nuestra especie.
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Referencias y contextualización En los últimos días, un informe de la ONG Ecologistas en Acción reveló que Valladolid era la cuarta ciudad más contaminada de España en polución por partículas, pero el alcalde Javier León de la Riva repuso que no tenía intención de restringir el tráfico rodado en la ciudad para aminorar la tasa. Igualmente, se acababa de conocer que el consumo de tabaco en Valladolid había crecido un 12% en los últimos meses tras la importante reducción que había promovido la Ley del Tabaco, que entró en vigor en enero y que parecía que iba a ser más disuasoria de lo que luego llegó a ser. Portavoces de las organizaciones anti-tabaco dijeron que no había que prohibir fumar, sino intensificar la formación con campañas sobre los efectos nocivos de este vicio. Una consideración sobre la política y la libertad individual en el mismo sentido que ésta puede encontrarse en "Voluntad contra libertad". El intento de demostrar que la libertad individual es una falsa ilusión, un presupuesto que está en la base de muchas de las cosas que se dicen en estos artículos, se halla en "Sobre el determinismo". |
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