7 abril 2013
Lo que hay que escrachar
 

 

Los llamados escraches reflejan un debate de fondo mucho más esencial y definitivo que el que ellos mismos escenifican: aquél que sienta en una esquina del ring a la legalidad y en la otra a la justicia social. Cuando las leyes no garantizan unas mínimas condiciones de vida a los ciudadanos, ¿deben éstos luchar con todas sus armas por su supervivencia o han de moverse siempre dentro del cuadrilátero legal aunque les priven hasta de un rincón donde restañar las heridas? Para decantarse por este segundo supuesto, habría que confiar, primero, en que la democracia brinda a una sociedad las herramientas suficientes para cambiar con la fuerza de los votos o de la opinión pública una situación injusta. Pero, ¿esto es realmente así?

A un gran número de políticos y opinadores les encanta repetir la banalidad aquélla de que la democracia es el peor sistema de gobierno que existe exceptuando todos los demás. Al margen de que el huero retruécano verbal de Churchill se refería a los demás sistemas “que se han probado” hasta ahora, tiene mucho más contenido e interés el razonamiento que hacía Karl Popper para sostener su primacía. Consecuente con el criterio de falsabilidad que estableció para aceptar una teoría como científica, argumentaba que la democracia es el único sistema político que permite probar y verificar soluciones y, si fracasan, reemplazarlas sin derramamiento de sangre.

La pregunta, entonces, sería: ¿la democracia actual permite ensayar diferentes opciones o en el fondo son todas la misma, ya gobierne el llamado centro-izquierda o el simétricamente denominado derecha? Y, en caso de que el acrónimo compuesto PPPSOE sea más que un artilugio retórico y ambas alternativas perpetúen un sistema sometido a los intereses financieros, como podría encarnar mejor que nada la ley hipotecaria, ¿sus víctimas han de aceptar la decisión mayoritaria pero igualmente restringida de sus conciudadanos, que son ajenos o indiferentes a los desahucios?

Ante la trascendencia de la cuestión última que plantean, los escrachadores y, en general, los movimientos de izquierda en la línea del 15-M, deberían hacer honor a su magnitud y no minimizarla con acosos pueriles, antiestéticos, injustos y sí, fascistas, a personas concretas (y sus familias) que, por más que pertenezcan al Gobierno o el PP, son piezas menores e inocentes de un sistema que no está en su mano transformar. El poder no se personifica: no lo encarnan los políticos en el Parlamento, ni siquiera los banqueros en la sombra. No es a individuos concretos, sino un engranaje, y el discurso que lo justifica obviando o ignorando a sus víctimas humanas y reales, lo que se hace necesario y cada vez más urgente escrachar.

 

 

 

Referencias y contextualización

La Plataforma Stop Desahucios llevaba unos días combatiendo el desalojo de sus casas de ciudadanos que no podían pagarlas concentrándose ante las viviendas de miembros del Gobierno o políticos del PP y gritando consignas desde la calle o marcando sus portales, en una práctica denominada "escraches" desde que se llevó a cabo en Argentina. Sobre los desahucios ya trató, en parte, el artículo "Reciprocidad en el riesgo". Y sobre la cuestión de si las víctimas del sistema han de respetar la ley y una posible alternativa, "Rescisión del contrato social".

 

 

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