9 marzo 2011 |
Progresismo regresivo |
El socialismo originario no renegaba de la industrialización. Más bien todo lo contrario. No ya sólo porque le debiera su misma existencia y razón de ser (algo así como el nacionalismo palestino se las debe al Estado de Israel), sino porque el esquema dialéctico de Marx preveía que la sociedad sin clases llegaría sólo cuando el capitalismo se hubiera desarrollado hasta desmoronarse fruto de sus contradicciones internas. Por eso, entonces los socialistas miraban hacia adelante y creían en el progreso. El primer error de cálculo se cifró en 2.500 kilómetros, los que separan Inglaterra de la Rusia rural y feudal, que era el lugar donde menos se esperaba que florecieran los soviets. Pero, durante décadas, la izquierda extrapoló a escala internacional su predicción de que el sistema occidental era insostenible y tarde o temprano colapsaría en beneficio de la URSS. Luego llegaron Praga, Afganistán, Berlín, y fue el comunismo el que evidenció que su reino no es de este mundo plutocrático. Total, que el socialismo, que no soporta quedarse quieto porque eso es conservador y le privan los relatos épicos de luchas, conquistas y avances, vio que no había nada que esperar de la industrialización y se proyectó el progreso para atrás: se hizo ecologista. Como el sistema no iba a caer por sí solo, había que guardar la hoz y el martillo en el armario y ponerse a desmontarlo a pico y pala, a ver si había suerte y se encontraba la playa debajo de los adoquines. Así, la izquierda, hasta entonces arbitrista, evolutiva, racional, decidió que la bici era más moderna que el coche, la energía eólica más que la nuclear, el barbecho más que los transgénicos. Ahora, el Gobierno prefiere ahorrar de donde sea antes que mantener la central de Garoña. Vale que renunciar a algo tan burgués como el consumo pueda ser más progre que sufragárselo, vendiendo el excedente energético si es verdad que España no tiene problemas de abastecimiento. Pero, quienes consideran de izquierdas recelar de la intervención del hombre en la naturaleza y optar por salvaguardar su pureza idílica conformándose con aprovechar lo que nos dé, entiendo que lo razonan apelando al nombre de pila del padre fundador y no a su apellido. Porque, más que marxista, este planteamiento es rabiosamente carlista.
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Referencias y contextualización El viernes 4, el Consejo de Ministros aprobó una serie de medidas para reducir el consumo energético, debido a los problemas de abastecimiento de gas y petróleo derivados de la inestabilidad política en los países del norte de África; entre ellas, limitar la velocidad en las autopistas a 110 km/h y reducir la iluminación de edificios y vías públicos. Sin embargo, tanto el Gobierno como el PSOE se reafirmaron en su intención de cerrar la central nuclear de Santa María de Garoña (Burgos) en 2013 y no prolongar su vida útil contra la opinión del PP y muchos expertos. El eslogan de que debajo de los adoquines está la playa fue acuñado por el Mayo francés, uno de los puntos de inflexión de la izquierda europea, en 1968, año donde también tuvo lugar la Primavera de Praga. Otro artículo con una tesis similar a la de éste fue, en 2007, "El ecologismo tiene algo de carlista". Sobre la fijación de la fecha de cierre de la central de Garoña, en 2009, ironiza "Garoña, Salomón y Aristóteles".
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