2 diciembre 2012
Saber y tiempo
 

 

La concesión del Premio Nacional de las Letras a Francisco Rodríguez Adrados devolvió por unos días a los periódicos el viejo debate de de si las lenguas clásicas se han de mantener en los planes de estudio o si, de acuerdo con la tendencia que han venido siguiendo las diferentes reformas educativas, deben desaparecer del currículo escolar.

Yo hace tiempo que canté la palinodia respecto a mi defensa adolescente de los estudios vocacionales. Uno se forma para encontrar trabajo, no para cultivar hobbies. Con el paso de los años, cualquier satisfacción que pueda proporcionar el estudio de aquello que te gusta se ve fatalmente anegada por la frustración del desempleo. La lógica de la competitividad y la tecnología aboca a un mercado laboral cada vez más exiguo, con o sin crisis, y la necesaria concertación entre universidad y empresa no se formalizará en latín ni griego.

Pero el tema de fondo es si las lenguas muertas merecen ser estudiadas. Si no tuvieran competencia, es indudable que sí, porque todo conocimiento enriquece y modula la conciencia de quien lo adquiere. El problema es que el saber quizá no ocupe lugar, pero ocupa mucho tiempo. Y el que tenemos es insultantemente limitado para todas las cosas interesantes que hay que aprender.

La capacidad de reflexión lingüística que Rodríguez Adrados atribuye al latín y el griego se fomenta igual estudiando inglés, francés o alemán, idiomas que, además, permiten acceder a casi todas las cosas interesantes que se publican en nuestro tiempo. Contra lo que dice el tópico, no todo está en los clásicos. No podía estarlo. Los antiguos no eran intrínsecamente superiores a los modernos. Pero, además, el conocimiento no es un acervo universal y estático al alcance de unos y otros por igual, sino un horizonte determinado por el paradigma vigente en cada época. Y la nuestra es la actual, que desde su prisma particular puede también leer y reescribir los de todas las anteriores. Nunca será una traducción fiel de las mentalidades de entonces, pero es que éstas ya nos son por completo inaccesibles, aunque tratemos de aproximarnos a ellas en versión original.

La cultura se puede concebir como un inventario de saberes de museo, entre los cuales están las lenguas, o como la relación dinámica del pensamiento humano con el mundo que le rodea, del cual las lenguas son vehículo, pero no su realización última. El latín y el griego descansan, sin duda, en un puesto de honor de nuestro muestrario de antigüedades, pero ya no son canal de nada que merezca la pena conocerse.

.

 

 

 

Referencias y contextualización

El lingüista Francisco Rodríguez Adrados, galardonado con el Premio Nacional de las Letras 2012, es un insigne defensor del estudio del griego y el latín en los centros educativos. El título de este artículo parafrasea el de la magna obra de Martin Heidegger Ser y tiempo, que sitúa la esencia en el contexto de la existencia. En el siglo XVII tuvo lugar en Francia la llamada "querella de los antiguos y los modernos", que comparó la maestría de los autores y pensadores clásicos a los de la época. Sobre la tesis de que "la lógica de la competitividad y la tecnología aboca a un mercado laboral cada vez más exiguo, con o sin crisis", abunda el artículo "El retorno de Malthus".

 

 

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal