22 febrero 2006 |
El fundamentalismo laico no existe |
Lejos de evaporarse de la actualidad como un episodio más de individuos que intentaron en vano socavar la inercia de las instituciones, la polémica de los crucifijos del colegio Macías Picavea parece seguir su curso: los padres que denunciaron la presencia de símbolos cristianos en un centro público acudirán a los tribunales si la Consejería de Educación no toma cartas en el asunto. A partir de aquí, de la porfía de los demandantes y de los apoyos más o menos interesados que les surjan en el camino dependerá el que su campaña se convierta o no en un asunto de interés nacional. Por lo pronto, ayer El País ya lo llevaba a sus páginas de Sociedad. El arzobispo de Valladolid, Braulio Rodríguez, comentó que el caso era una muestra más de “fundamentalismo laico”, esa feliz expresión que algún lumbreras de la Conferencia Episcopal alumbró un día para endosar a sus adversarios el estigma que hasta ahora había sido patrimonio de las religiones. Sin embargo, la sagacidad del hallazgo no puede ocultar que se trata de un oxímoron y un sofisma. No es cuestión de pajas o vigas en el ojo ajeno o propio: es que el fundamentalismo laico es imposible por definición, una contradictio in terminis. Los católicos pretenden presentar el litigio entre laicismo y fe como un pulso entre dos doctrinas opuestas, dos opciones de igual valía entre las que la elección siempre conllevará un punto de subjetividad. Desde esa perspectiva, en la que no hay verdad ni mentira sino sólo opiniones, es lógico que apelen a los principios democráticos de tolerancia y respeto a las mayorías, y que deploren la presunta “exigencia de total sometimiento a unos dogmas” laicos, que es lo que entendemos como fundamentalismo. Pero ocurre el laicismo no es una doctrina ni pretende imponer ningún dogma; es, precisamente, la no-doctrina, el rechazo a unos presupuestos que, sin haberse demostrado verdaderos, pretenden presentarse como la opción por defecto. No pueden serlo. La neutralidad no se sitúa en el punto medio entre fe y laicismo, sino en la apuesta total por éste último. Esto es así porque los laicos no propugnan nada, no toman partido subjetivo, se quedan en la casilla de salida ante la falta de razones visibles por las que decantarse por cualquiera de las opciones religiosas. Por ello, llamarles fundamentalistas sería como tildar especularmente de racista a quien, en el debate sobre la relación entre las etnias, abogara por la igualdad radical de todas por la sencilla razón de que nunca se ha probado la superioridad de la raza blanca. O como calificar de integrista a Occidente, ese Occidente que tanto enarbolan ahora quienes se enfrentan a la metafísica islámica prejuzgando la superioridad de la metafísica cristiana, por haber abdicado de todos los valores que se han demostrado relativos y limitarse a tachar las mentiras como única posibilidad que queda de acercarse a la verdad.
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Referencias y contextualización Cuatro padres de alumnos del Instituto Macías Picavea de Valladolid habían protestado por la presencia de crucifijos en las aulas de un centro de titularidad pública. Llevaron su reclamación al Consejo Escolar pero éste se decantó por la permanencia de los símbolos cristianos. En la fecha en la que se publicó este artículo, habían apelado a la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León amenazando con llegar a los tribunales en caso de que ésta no obligara al colegio a ser consecente con la aconfesionalidad del Estado español que establece la Constitución. El arzobispo de Valladolid, monseñor Braulio Rodríguez, calificó el hecho de una muestra más de la corriente de "fundamentalismo laico" que se estaba dando en España. Otros artículos que ponen en entredicho la fe religiosa en general son "Perdonad" y "Los verdaderos ateos". Sobre la Religión en la educación tratan "Demasiadas contemplaciones" y "Por partes. Calidad y Religión", éste último publicado en Periodista Digital. |
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