No fueron más que unos pocos días de ilusión. Confiábamos en que el machismo sería desterrado de nuestras fronteras regionales y de las del Condado de Treviño, gracias a aquella campaña de la Junta contra los juguetes sexistas que a fe de rata que dio bastante juego por Reyes. Desgraciadamente, desde entonces, nuestros cándidos deseos de creer que las cosas van a mejor se han topado con la noticia que registraba el descenso de mujeres maltratadas empleadas por la misma institución en el año 2000, y con la que informaba de que el paro femenino triplica al masculino en Castilla y León. Alfredo Hernández nos contaba el domingo que la renta de una trabajadora media de la comunidad desmerece en unas 300.000 ptas. anuales a la de una en el conjunto de España.

Las buenas intenciones son buenas, pero no pasan de ser intenciones. Porque las niñas no juegan a ser enfermeras ni amas de casa; juegan a ser como sus mamás. Aprenden su papel en la sociedad. Y el femenino, como cualquier otro, es un rol que no tiene una base biológica, no se debe a esoterismos como la habilidad innata para las tareas domésticas o el instinto maternal. Ha supuesto hasta ahora para las mujeres la construcción óptima de su identidad, su parcela de poder dentro de las posibilidades que la sociedad les ofrecía. Es, por tanto, perfectamente modificable. Lo único que se requiere es la total independencia económica, para que las madres aspiren a elaborar su individualidad con un patrón distinto al que siguieron las abuelas, y las niñas sigan jugando a ser como sus mamás pero ya no a ser amas de casa. Es decir, justo lo que en Castilla y León está claro que no tienen.

Al machismo y los malos tratos les quedan diez años de vida. Los que faltan para que la primera generación masculina que ha disfrutado de una educación mixta tenga sus propios hijos, se vea libre de los residuos del pasado y sienta absolutamente inconcebible ningunear o golpear a un sexo con el que se ha vivido siempre de igual a igual, en aras de conceptos abstrusos como la posesión o la estabilidad de la familia. Es probable, incluso, que llegue el día en que la singularidad de cada vida personal esté tan consolidada que el matrimonio deje de tener sentido. Entretanto, seguramente la autosuficiencia de las mujeres resulte bastante más decisiva que los puzzles no sexistas para la configuracíón de esa nueva mentalidad.

Artículo siguiente

Artículo anterior

Página principal