2 junio 2013 |
La destrucción creadora |
Seamos sinceros. Eliminando el salario mínimo, como ha propuesto el Banco de España para fomentar la contratación de los jóvenes y otros colectivos de difícil acceso al mercado laboral, no tenemos ni para empezar. Con la actual retracción del consumo, que no obedece tanto a la subida de unos puntos porcentuales de impuestos como al miedo a que un cierre o un despido no nos pille confesados, a los empresarios el ingreso marginal que van a obtener por el nuevo empleado no les compensaría el coste marginal que les suponga ningún salario, por exiguo que sea. Nada. A grandes males, grandes remedios. El Banco de España debe ser más audaz y asegurar que el empleo se recupera de verdad proponiendo el trabajo gratuito, la supresión de la jornada de ocho horas, el descanso dominical y las vacaciones y la introducción del derecho de pernada en las relaciones laborales, con el contratado o contratada y todos sus familiares de primer grado. Así tendremos la certeza de que al empresario le merece la pena la inversión. Con un bien de primera necesidad como es el trabajo convertido en artículo de lujo, hemos llegado al disparate de pensar que la creación de empleo es un fin en sí mismo, en lugar de un medio para que la gente pueda vivir bien con el sueldo que gane por él. Naturalmente, no se puede pretender que los empresarios contraten por caridad o sin ánimo de lucro, pero ya se empieza a pedir sin el menor rubor a los trabajadores que regalen su tiempo y su esfuerzo a la beneficencia económica. Los economistas liberales dictaminan que el salario ha de situarse en el punto donde se cruzan las curvas de la oferta y la demanda de trabajo, pero se abstienen de hacer lo mismo con la oferta y la demanda de emolumentos. Si lo hicieran, dejarían demasiado claro que, cuanto menos se permita pagar a una serie de trabajadores, menos acabarán cobrando todos los demás, o, de lo contrario los empresarios, sensatos, sólo contratarán a los primeros. Lo harán únicamente cuando su incorporación rentabilice los costes laborales, como ha ocurrido y ocurrirá siempre, pero ahora maximizando su margen de beneficios. Sin duda, de esa manera la economía crecerá, el paro disminuirá... y una nueva relación feudal más eficiente gobernará el mercado de trabajo. La otra gran recomendación económica de la semana, la que hizo Juan Rosell en el Foro de Economía de El Mundo de Castilla y León llamando a industrializar la gestión de la Sanidad, sigue la misma lógica de la eficiencia que nos está inculcando el discurso dominante: la de la destrucción creadora, como Schumpeter caracterizaba con orgullo el capitalismo. Las estructuras caducas y anquilosadas mueren para dejar paso a otras más pujantes, dinámicas y competitivas. Nada importan las personas y vidas reales que se pierden en la metamorfosis, porque todas ellas son peones prescindibles dignos de sacrificar a la abstracción del supuesto progreso. Es, exactamente, como Hegel entendía la guerra: una sacudida que elimina los elementos superfluos y obsoletos del mundo, revigoriza las energías adormecidas por la inercia y alumbra garboso y espléndido un nuevo y más perfecto estado del espíritu.
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Referencias y contextualización La propuesta del Banco de España se puede leer aquí. Y la de Juan Rosell aquí. Sobre la reforma laboral aprobada por el Gobierno del PP, puede leerse "La reforma laboral o invertir la injusticia", y sobre las perspectivas de una oferta de trabajo cada vez menor, incluso después de la crisis, "El retorno de Malthus". |
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