25 julio 2007 |
Un padre y una madre |
Lo más preocupante del auto judicial que ha retirado a una mujer la custodia de sus hijas por la presunción de que es lesbiana es que el juez es sólo uno más de los millones de ciudadanos que, sin sentirse obligados a demostrarlo, proclaman que el entorno familiar idóneo para un niño es el que conforman un padre y una madre. Si esto fuera verdad yo también negaría a los homosexuales el derecho a adoptar hijos, pero los “prestigiosos especialistas” a los que apela el magistrado sin nombrar ninguno tienen diversidad de opiniones, y el “sentido común” que esgrime con tanta fatuidad, si es crítico, razonado y libre de prejuicios, yo diría que la autoriza. La suposición de que el niño necesita un padre y una madre implica necesariamente la existencia de un eterno masculino y otro femenino que sólo contempla la literatura, pero, si los hubiese, habría que retirar de inmediato la custodia a los viudos y viudas y a todos los cónyuges que se han divorciado sin acordar compartirla. Naturalmente, a nadie se le ha ocurrido sugerir esa posibilidad más que en el caso de los homosexuales, porque todos conocemos a muchos niños se han criado bien a pesar de la muerte de un progenitor, y si les queda un poso de amargura es por la pérdida de un ser querido o idealizado sin conocerle, no porque les falte el ying o el yang. Aun aceptando que hubiera algo propio de cada sexo, digo yo que cada hombre y cada mujer serán, como individuos, muchas cosas más. De modo que, si se trata de buscar la complementariedad que garantiza la “formación integral” del retoño, habrá que obligar también a que un progenitor sea optimista y el otro pesimista, uno pragmático y el otro sentimental, uno estudiante de Ciencias y el otro licenciado en Letras. Por supuesto, tampoco en este sentido ha surgido nunca ninguna voz que propugne semejante peregrinada, más que para deslegitimar a la familia homosexual. Lo cierto es que nunca hemos podido razonar desde cero y concluir que la mejor familia es la heterosexual: el azar biológico nos la dio como hecho consumado al ser la única forma de tener descendencia. Pero, como atestiguan miles de matrimonios, la idoneidad para procrear no implica una idoneidad para educar ni para crear un hogar armónico y estable. De hecho, si la cultura dominante no hubiera aborrecido la homosexualidad, sería mucho más fácil sostener que la armonía y estabilidad se la procuran al niño dos personas del mismo sexo, no de dos tan distintos que muchas veces no hay forma de que se entiendan. El juez Ferrin repica también en su auto el conocido argumento de que un hijo adoptado por homosexuales heredaría la orientación sexual de los progenitores. Pero esto ni les ocurrió a los propios gays, que nacieron de familias tradicionales, ni en cualquier caso supondría el menor desdoro o menoscabo. Por fin, sobre la supuesta liberalidad que incapacita a los homosexuales para ser padres, si la consideramos un impedimento insalvable, tendríamos que valorarla caso por caso y a todo el mundo, porque una vez más sólo nos acordamos de ella para desautorizar a un colectivo determinado, y es obvio que muchos heterosexuales también la practican y en cambio las parejas estables gays no. Claro, que antes de dar por bueno este criterio habría que demostrar que para los niños es más beneficioso criarse en un entorno estable que ser educados en una mentalidad que les inculque un culto a la vida, a la felicidad y a la desinhibición alejado de los celos, dogmas, represiones y malos tratos que conlleva el amor entendido como posesión.
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Referencias y contextualización La noticia a la que hace referencia este artículo se explica con detalle aquí. Otros artículos en defensa de los matrimonios homosexuales son "Una Historia alternativa (Contribución al Día del Orgullo Gay)", "Un millón de diestros" (ambos con un enfoque irónico), "Las palabras y las cosas", o, con mayor extensión y detalle, "Lo que la voluntad ha unido, que no lo separen las convenciones", publicado en Periodista Digital. |
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