31 julio 2011 |
Zapatero, coma inducido |
Los imperativos biológicos y electorales, que son dos causas de casi idéntica fuerza mayor, han tenido el capricho de fijar para Franco y Zapatero la misma fecha de defunción. Sólo que la agonía de éste último ha sido incomparablemente más larga y, si se me permite abusar de la polisemia del adjetivo, también más dolorosa. A diferencia de lo que le ha ocurrido al presidente con los mercados, el general, al menos, ya no estaba consciente mientras Marruecos le arriaba todas las banderas. Es más, Zapatero albergará la sospecha de que su estado de coma ha sido, en cierto modo, inducido. A fuerza de insistir, sus adversarios externos e internos han logrado imponer en la opinión pública la sensación de que su situación era insostenible. ¿Pero cuándo se sabe realmente que esto es así? Sin duda, el calendario debe ajustarse para que siempre apruebe los presupuestos el Gobierno que los va a gestionar, pero, mientras esto no se disponga por ley, los propios vaivenes del presidente han evidenciado que la coartada de garantizar la estabilidad valía tanto para adelantar las elecciones como para continuar y “culminar las reformas”. Si el problema es la prima de riesgo, pero todos convenimos en que la política económica nos la impone Bruselas debido a la crisis del euro, ¿qué tiene que ver con su mala evolución la presunta poca credibilidad de Zapatero? Aun suponiendo que los mercados, por lógica, prefieran un Gobierno de derechas (algo que no corrobora su actitud con Italia y Portugal), a lo sumo premiarán a corto plazo el adelanto electoral. En noviembre ya darán por descontada la victoria del PP, con lo que, si se confirma, Rajoy tendrá que ganarse la bajada de intereses brindándoles los recortes que él aún asegura que no va a introducir. Y, si la retirada de Zapatero es necesaria para que Rubalcaba marque distancias, daba igual que éste tuviera margen de agosto a noviembre que de diciembre a marzo; los meses de incómoda bicefalia le habrían servido también para consolidar su perfil propio. Haga lo que haga, sus rivales nunca dejarán de acusarle de proponer cosas que no hizo antes como vicepresidente; un reproche, por cierto, que sería igualmente objetable al programa de todos los partidos que gobiernan. La clave es si, además de recuperar a sus votantes, el candidato socialista logra traducir su ventaja personal sobre Rajoy en papeletas procedentes de quienes no lo son. Para eso haría falta un escenario muy polarizado que no se da en la actualidad. ¿Podrá suscitarlo el 20-N? Las querellas del pasado parecen moribundas, pero, ciertamente, la fecha atesora una larga experiencia en electroshocks.
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Referencias y contextualización El viernes 29, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció que adelantaría las elecciones generales inicialmente previstas para marzo de 2012 al 20 de noviembre, aniversario de la muerte del general Franco. Aprovechando la agonía de éste, los marroquíes ejecutaron una invasión del Sáhara Occidental en la conocida como "Marcha verde", que impuso de hecho su control sobre el territorio encomendado a España. Zapatero había negado en repetidas ocasiones la posibilidad de un adelanto electoral, insistiendo en la necesidad de agotar la legislatura para "culminar las reformas" pendientes para salir de la crisis económica. No obstante, la continua subida de la prima de riesgo (el diferencial de la deuda pública española con respecto a la alemana en cuanto al interés al que se conseguía colocar en los mercados) y supuestamente las presiones del entorno del exvicepresidente del Gobierno y candidato socialista a las elecciones, Alfredo Pérez Rubalcaba, le hicieron cambiar de opinión. Un Barómetro del CIS publicado esta semana daba al PP siete puntos de ventaja en estimación de voto pero revelaba que Rubalcaba sacaba a Rajoy ocho puntos porcentuales como eventual mejor presidente del Gobierno. Otros dos artículos que hacen balance de la pérdida de popularidad del presidente son "Agitar a Zapatero" y "Fuenteovejuna".
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