2 octubre 2002 |
Después de la ilegalización |
Si el objetivo era restringir la capacidad abertzale de acción y coacción y frenar la humillación cotidiana que sufren muchos vascos, el retiro de Batasuna al ámbito clandestino se demostrará eficaz con el tiempo. Ahora bien, si se trataba de menguar el caldo de cultivo separatista, ya podemos saber que ha sido contraproducente. De estos dos posibles fines, el primero me parece irrenunciable y el segundo me da igual. Pero, para los que consideran la unidad de España como un valor en sí mismo (toda la base social del PP y gran parte de la del PSOE), el enemigo real no era ETA ni Batasuna, limitadas desde hace tiempo a ser una amenaza para las personas y no para el sistema, sino el PNV. Posiblemente no fuera más que cuestión de tiempo el que este partido, crecido por las elecciones de 2001 y convertido en portavoz suficiente del movimiento vasco, tomara las riendas de un proceso soberanista que ya anunció Ibarretxe antes de la ilegalización. Pero ahora, cuando el PNV se ve espoleado por el espacio electoral que deja libre Batasuna, ¿qué argumentos le quedan al Gobierno tras reiterar con tanta claridad que la Ley de Partidos no pretendía atacar al nacionalismo democrático? Las alegaciones a la inconstitucionalidad del plan de Ibarretxe, a las inversiones del Estado en Euskadi o a la entelequia del proyecto común no tienen ninguna fuerza ante la voz de las urnas vascas. ¿O es que nuestro apoyo a los lituanos, los bosnios, los palestinos o los saharauis simpatizaba con la legalidad vigente o la voluntad común de la URSS, Yugoslavia, Israel o Marruecos? Sí, los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos son unos fanáticos. Pero, como habría dicho Kissinger o como dijo el propio Arzalluz de la Ertzaintza hace unos días, son sus fanáticos. Enfrente no hay más argumento que otro fanatismo análogo: el de la unidad española, que no es suyo y se identifica fácilmente con la imposición. Razones de peso como la supuesta inviabilidad económica de un Euskadi independiente, su expulsión de Europa o la eventual marginación de los no nacionalistas sólo serían verificables a posteriori, y entonces ya no serían asunto nuestro. El referéndum es inevitable. Para ganarlo, el Estado debe persuadir a la opinión pública vasca de que es justo que voten los 200.000 no nacionalistas exiliados, y que cada territorio histórico sea un sujeto de decisión independiente. Una victoria en Álava despojaría de todo sentido al intento.
|
Referencias y contextualización El título de este artículo está compuesto en diálogo con otra columna, publicada a finales de agosto y titulada "La ilegalización". El 27 de septiembre de 2002, un mes y un día después de que el Congreso de los Diputados solicitara oficialmente al Tribunal Supremo que decretara la ilegalización de Batasuna, el lehendakari Juan José Ibarretxe anunció en el Parlamento vasco su intención de presentar su Propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi. El tema del Plan Ibarretxe volverá a ser abordado cuando fue aprobado por el Parlamento vasco el 25 de octubre de 2003, en los artículos "Si yo fuera vasco" y "Como yo no soy vasco". Su aprobación en Vitoria y las perspectivas que abría para el año 2005 se recogen en "El combate del año", "Persuasiones paralelas" y "Ladrando a la luna de la ilegalidad". Sobre los resultados de las elecciones autonómicas de 2005 se habla en "El verdadero frentismo vasco". El ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger dijo del dictador chileno Augusto Pinochet que "sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". El presidente del Partido Nacionalista Vasco Xabier Arzalluz acababa de referirse a la Ertzaintza como "nuestra policía", en contraposición a la Policía Nacional y la Guardia Civil.
|
|