18 febrero 2009
Amor en tiempos de paz
 

 

Dicen que el amor evoluciona con el tiempo. De la pasión y el arrebato de la juventud a la ternura y la serenidad de la madurez. Yo creo que, más bien, es que llamamos amor a varias sensaciones que poco tienen que ver entre sí; pero, mientras el estudio del cerebro nos revela si son mecanismos distintos los que se activan en el amor platónico, los inicios del noviazgo y la dulce complicidad de la convivencia, podemos ir tirando y de paso rendir homenaje al consabido bicentenario con el lugar común de que el amor evoluciona.

Se observan diferentes corrientes según su interpretación de dicha evolución. Los adultos, darwinistas por la cuenta que les trae, la entienden en un sentido similar a la que condujo del simio al hombre. En cambio, los jóvenes se afilian al pensamiento de Nietzsche para reprochar a sus padres que hayan pasado de ser el niño que imponía su voluntad al camello que sigue las convenciones sociales y morales. Es lógico: en el amor todos nos creemos peritos autorizados a dar lecciones desde la angosta perspectiva de nuestra propia experiencia. Los jóvenes no comprenden cómo sus padres se conforman, éstos no entienden por qué sus vástagos se empeñan y los columnistas que otros años se colgaron de la percha de San Valentín consultan lo que dijeron para no repetirse y terminan luchando por no desdecirse del todo.

El amor de pareja tiene la particularidad (ciertamente curiosa e incluso paradójica si se contempla sin la inercia de lo que se da por sentado) de que funde en una sola persona la atracción física que se siente por otras del mismo sexo y el cariño que te une a tu familia; debe de ser por eso que muchas mujeres tienen celos de las amigas de su cónyuge y a la vez de su suegra. Sin embargo, poco a poco, el acento se desliza del primer elemento del binomio al segundo. El calor se templa, el furor se aquieta y, un día, uno descubre con sorpresa que ni siquiera a cambio de la pasión y la novedad del principio renunciaría al placer de ver actuar y reír a su pareja en cada menudencia cotidiana. Es decir, que, contra todo pronóstico, no le gustaría que su mujer fuera su amante. Ése es un momento crucial de la vida.

También se suele decir que el amor en tiempos de paz no es el final del periplo, que los hombres se cansan de tanta placidez y terminan retornando al fuego primigenio, o a la barbarie, según la corriente interpretativa. No sé, ya les contaré en futuros sanvalentines si para entonces seguimos viéndonos por aquí, pero en principio no me veo en la tesitura. Aunque, si resultara ser cierta, no me digan que no es entrañable pensar que la guerrera por la que cambiaré a mi esposa dentro de 20 ó 25 años debe de estar ahora mismo a punto de nacer.

 

 

 

Referencias y contextualización

El camello y el niño representaban para Nietzsche los dos extremos, el más negativo y el ideal, en el tránsito del hombre al superhombre. El artículo que al autor le cuesta no desdecir del todo es "Postal de San Valentín", publicado en 2002. Otros artículos en la línea de éste último son "Pareja entreabierta", "Amor y temporalidad","Un paso más" y "La picazón contra la utopía" y "Lo que va del amor a la posesión".

 

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