8 febrero 2006 |
Ajuste horario |
Será solamente un ajuste horario. Aunque, con toda seguridad, los próximos fines de semana habrá voces que se alcen contra el renovado rigor con que piensa aplicar la Junta las horas de cierre en bares y discotecas, y alguno incluso se sentirá agredido en su libertad y esas cosas, y el aumento de las multas provocará tremendos sofocos en los dueños de los locales y cómicas algaradas cuando, unos minutos por encima del límite, aparque o asome un coche de policía y ellos se apresuren a evacuar el establecimiento, la única molestia que va a causar será la que hay que tomarse para sincronizar el reloj del cortejo. Yo siempre pensé (y ahora, ya retirado, lo confirmo) que el único sentido de la noche era echarse un ligue. Que el alcohol, el tabaco y la música disco no tenían entidad suficiente para tomarlos como objetivo último y desempeñaban sólo el papel de fiadores de una inversión: la de un montón de horas absurdas robadas al sueño, al cine y a la lectura, sacrificadas como capital-riesgo en espera de que la coyuntura deparase una noche alcista que condujera, casi siempre por una senda sinuosa y en una ascensión de vértigo, a las cumbres inexploradas de una desconocida. Lamentablemente, uno no era (ni es) Humphrey Bogart, y no todas las veces hacía sus incursiones sobre reinas de África. Pero tampoco era (ni es) Quasimodo (véase foto ángulo superior izquierdo), y habría retado a duelo a todo aquél que menospreciara la rentabilidad vital de los amores que no hablan de zíngaras ni platonismos. Luego la vida contradijo mis abjuraciones de la pareja estable con la cínica naturalidad con que suele vengarse de los bocazas, y ahora se complace en ponerme aros por los que voy pasando como un bendito, y ante tanta santidad me insinúa un porvenir con amenaza de boda al católico modo que yo por supuesto acataré con la autosugestiva coartada de que Estela bien vale una misa. Pero mi actual cuarentena nocturna corrobora, en cambio, todas las convicciones que tenía cuando aún estaba sano y salvo, vivito y coleando. La Ley de Espectáculos Públicos no despojará a la noche de su única magia. Si el sexo no tenía empacho en consumarse “poco antes de que den las 10” en tiempos del joven Serrat, ahora se encargará de dejarse el camino expedito justo antes de que cierre el último bar. Gracias a la feliz iniciativa de la Junta, ya ni siquiera serán un obstáculo las arbitrariedades de los porteros con el criterio de admisión de los chicos, así que sólo queda como posible impedimento la fatal tesitura de que se interpongan los toscos tabiques que separen la sala de fumadores del resto del local. Habrá que ver qué insensato o insensata pide entonces el préstamo y renuncia a rentabilizar la inversión.
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Referencias y contextualización La Junta de Castilla y León aprobó el 2 de febrero el anteproyecto de Ley de Espectáculos Públicos, que anunciaba un rigor especial y un aumento de las multas a los bares y discotecas que incumplieran la hora de cierre que tenían asignada según su tipo de licencia. Además, obligaba a los propietarios de estos locales a explicitar claramente a la entrada las condiciones de admisión, reservándose en su caso la concesión de la licencia y evitando que los porteros siguieran con la discriminación despótica y arbitraria con que solían impedir la entrada a algunos chicos (sobre este tema en particular, ver los dos artículos consecutivos "Apartheid en los bares" y "El derecho de admisión es ilegal"). Con el comienzo de año había entrado en vigor la Ley del Tabaco, impulsada por el Gobierno central, y que entre otras cosas obligaba a los establecimientos de ocio mayores de cien metros cuadrados a prohibir que se fumara en su interior o a que habilitaran una sala especial para fumadores (sobre la Ley del Tabaco, cuando todavía estaba en fase de elaboración, ver "Argumentos cuantitativos y cualitativos"). Humphrey Bogart protagonizó La Reina de África (John Huston, 1951), una película que toma su nombre del viejo barco en el que aquél se desplaza por el río Ulanga y en el que corteja y enamora a su pasajera, interpretada por Katherine Hepburn. Quasimodo es el hombre deforme que se enamora platónicamente de la gitana Esmeralda en Nuestra Señora de París (Víctor Hugo, 1851) y se entierra vivo en la tumba de ésta. "París bien vale una misa" es la expresiva frase que se atribuye al rey Enrique IV de Francia, quien tuvo que convertirse al catolicismo para alcanzar el trono. "Poco antes de que den las diez" es una canción de Joan Manuel Serrat, incluida en el disco La paloma (1969), que habla de una chica que, tras hacer el amor con su novio, llega a casa a la hora que la han asignado sus padres, y éstos la reciben muy contentos porque la niña es obediente y recatada. Artículos contra la pareja estable fueron "Pareja entreabierta", "Postal de San Valentín", "Amor y temporalidad","Un paso más" y "La picazón contra la utopía".
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