28 noviembre 2007
Región plural
 

Los proyectos legales en democracia tienen un discurrir tan lento y pasan por tantas instancias que la obligación moral de glosar los distintos pasos sin repetirse demasiado le deja a uno en peligro de quedarse sin cartuchos cuando llega el momento culminante de la aprobación final. Por suerte, tras fecundar los partidos regionales el borrador del Estatuto, transformarse el huevo en un anteproyecto en estado larval, también llamado oruga, al ser ratificado en Cortes, y validarlo la Comisión Constitucional dándole categoría de verdadero capullo o pupa, la sesión del Senado que le convirtió en una vistosa mariposa lista para echar a volar sirvió un último tema interesante de comentar. Me refiero a la cosa ésa de la pluralidad y la integración de lo diferente.

Ya fuera para jalear que el texto estatutario la tiene en cuenta, ya fuera para lamentar que ha perdido la ocasión de hacerlo, dicho leitmotiv se escuchó en las arias de Zapatero, Herrera, Bolaños y los portavoces de CIU, PNV y BNG. Siempre con la misma melodía: Castilla y León (otras veces le toca a España) es una región plural, con diferentes identidades en su seno, y respetarlas e integrarlas es un signo de talante democrático.

No me cabe duda de que Castilla y León es plural. Podía no serlo y daría igual; unas cosas son singulares y otras plurales y esto último no les hace necesariamente más ricas o valiosas. Una pluralidad de víctimas, de mentiras, de dolores de barriga o de chistes malos es mucho peor que uno solo de ellos. Pero Castilla y León es plural. Naturalmente. La habitan jóvenes y mayores, hombres y mujeres, ricos y pobres, cultos e ignorantes, creyentes y ateos, pijos y progres, monógamos y mujeriegos, divorciados y solterones, maltratadores y maltratadas, pederastas y niños que sufren abusos, deportistas y drogadictos, gordos y anoréxicos, optimistas y pesimistas, gente que ha triunfado y gente que ha fracasado. Abarca una inmensa diversidad porque cada uno ha vivido su propia vida y ésta ha ido cincelando su identidad de una manera distinta a la del resto. Desde luego, sería maravilloso construir una sociedad que pudiera integrarlos a todos.

Pero no; cuando hablan de pluralidad, los políticos se refieren a las consabidas minucias de León, el gallego y el euskera, o, en el caso de España, las autoproclamadas naciones, nacionalidades o comunidades nacionales. ¿En serio es eso lo que hace diferentes a las personas, lo que construye su identidad, como a Francisco Fernández, antes leonés que socialista? Pues ya sería triste. Pero afortunadamente es falso. Que cada uno se mire a sí mismo y responda con honestidad: ¿qué porcentaje de las cosas que hace, piensa o siente a lo largo del día se deben a su condición de leonés, de castellano o a que hable en español, gallego o euskera?

Y a la inversa: ¿en qué consiste y se traduce concretamente una identidad diferencial? Porque, si de verdad existe, digo yo que consistirá en algo, que dejará alguna impronta en los individuos que la comparten. Los diferentes tendrán que enumerarnos, rasgo a rasgo, cómo son todos o casi todos ellos que no somos ninguno o casi ninguno de nosotros. De lo contrario, habrá que concluir que los occidentales somos más bien parecidos y que a nivel de identidades territoriales no hay ninguna pluralidad que integrar.

 

 

Referencias y contextualización

El miércoles 21, el Senado aprobó definitivamente la reforma del Estatuto de Castilla y León. En la sesión, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, dijo del texto que "reconoce todas las identidades"; el de la Junta, Juan Vicente Herrera, constató que recogía la procedencia "histórica, distinta y plural" de las realidades que componen Castilla y León y un "reconocimiento expreso a la identidad propia de cada uno de los territorios y especialmente la del Reino de León"; el senador del PSOE y ex alcalde de Valladolid, Tomás Rodríguez Bolaños, alabó que "respeta las singularidades"; el portavoz de CiU, Jordi Casas, mencionó la pluralidad de Castilla y León y la extrapoló a España; el del BNG, Francisco Jorquera, lamentó que el Estatuto no protege a la lengua gallega que se habla en El Bierzo y que "al no reconocer esa diversidad" se potencia la "desafección del sentimiento castellano y leonés"; y la del PNV, Inmaculada Loroño, hizo lo propio en relación al euskera que se habla en el condado de Treviño, señalando que el Estatuto no reconoce "la riqueza lingüística" de Castilla y León. El alcalde de León, el socialista Francisco Fernández, fue el único representante institucional de la comunidad que no asistió a la sesión, porque el Estatuto aprobado no era "el Estatuto de los leoneses" y él era socialista, pero antes leonés.

Sobre otros aspectos de la elaboración y el texto del Estatuto de Castilla y León, pueden leerse "Enfrente y detrás de Cataluña", "Al catalánico modo", "Puertas al río y al sol" o "Cosas del Estatuto". Otras críticas a las identidades colectivas, aplicadas al caso castellano-leonés, son: "Fantasmas (Yo estuve en Villalar)", "Carnets de identidad", "Mis abuelos los comuneros". Y, en general o aplicadas al caso español, "Fascismo por fascismo", "Nación, esencia e Historia y "El Día del Orgullo Español".

 

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