19 junio 2002
Huelga contra el centro reformista
 

En principio, yo no tendría ningún reparo en suscribir la teoría que inspira eso que ahora se da en llamar el centro reformista. Asumiría sin ambages la conveniencia de que el Gobierno intervenga activamente sobre los inmovilismos de la sociedad española y los fraudes que se pueden dar a la sombra de derechos como la libertad ideológica, la independencia universitaria o los seguros de desempleo.

El problema es que su celo, con ínfulas de despotismo ilustrado, tiene la sospechosa propiedad de incidir siempre sobre los mismos. Escruta las pequeñas ventajas que puedan sustraer de su situación parados, funcionarios y pensionistas, pero luego no tiene el menor remordimiento por reducir en cinco puntos el tipo impositivo de las rentas más altas. Acomete las oportunas reformas de la Justicia, la Educación y la Sanidad, pero en ningún caso cuestiona los insultantes privilegios de los jueces, los catedráticos que no merecen serlo o los médicos que mantienen sueldo público y consulta privada. Planea garantizar la competencia en la TV digital, en la que se enfrentan dos gigantes y encima ha ganado el enemigo, pero jamás ejecutará una política real que permita la supervivencia de los pequeños comercios. Considera un fin en sí mismo el déficit cero, pero a costa de otras partidas que no sean el satélite de 10.000 millones adquirido el pasado año para paliar la acuciante necesidad de nuestro país de poder bombardear en noches de niebla.

Donde más cómodo se siente este Gobierno es en leyes como la del botellón o la Secundaria, en que lo razonable coincide con valores típicamente conservadores como el orden y la disciplina. Más allá, las luces ilustradas se le apagan cuando entran en juego los intereses o la disparatada moral de la Iglesia, con los centros concertados, la asignatura de Religión, el aborto, los homosexuales o la investigación con embriones.

El centro reformista mantiene la política liberal que nos vendió en el lote de la convergencia con Maastricht. Las cifras macroeconómicas lo justifican todo, pero no se distribuyen de la forma equitativa en que lo hacen los crecientes impuestos indirectos. Si relativizamos los contratos temporales, el paro no ha descendido gran cosa en los últimos años, y se dispara la especulación con la vivienda. Me cuesta creer que lo prioritario de reformar hoy sea la que algunos puedan hacer con su capacidad de trabajo.

 

 

Referencias y contextualización

El 20 de junio de 2002, los sindicatos habían convocado una huelga general contra el Gobierno del Partido Popular por la tramitación parlamentaria del llamado "Decretazo" del 23 de mayo. Éste, junto a otras medidas enmarcadas dentro del propósito de liberalizar el mercado laboral, había anunciado una rigurosa investigación para descubrir a aquellos desempleados oficiales que, sin embargo, además de cobrar el subsidio del paro estaban recibiendo ingresos de trabajos remunerados por economía sumergida. Pocos meses antes había hecho aprobar en el Parlamento la Ley Orgánica de Universidades (LOU; ver los artículos "¿L(iberación) O U(ltraje)?", "Nacho Feliz y la LOU" e "Historia magistra") y ya había anunciado su intención de ilegalizar el partido abertzale Batasuna por su imbricación de hecho en el entramado de ETA, medida que culminaría en el mes de agosto (ver "La ilegalización"). También había reformado la Justicia, la Sanidad y la Educación Secundaria, y había prohibido el botellón en la calle. En este momento parecía tener intención de evitar la fusión entre Vía Digital y Canal Satélite Digital, y su reforma de las normas para los horarios comerciales había permitido un domingo de apertura al mes para las grandes superficies y liberalidad total para el pequeño comercio (ver "Selección natural").

Por otra parte, el PP se había mostrado repetidamente contrario al matrimonio homosexual (ver "Una Historia alternativa (Contribución al Día del Orgullo Gay)" y "No es sensibilización"), la ampliación de la ley del aborto (ver "Simplemente una liberación") y la investigación con células madre (ver "Centello quiere ser un embrión", "Ahí va una firma" y "A los que nos llaman nazis"), y su Ley de Calidad de la Enseñanza (LOCE) tenía intención, de reinstaurar la Religión como asignatura obligatoria y evaluable en la Secundaria (ver "Demasiadas contemplaciones").

Sobre el posicionamiento de PP y PSOE ante estos y otros temas de cara a las elecciones generales de 2004, ver "A dos meses vista" y "La derecha a la que podría votar yo".

 

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